EN EL SUPERMERCADO
Ese día era viernes santo y doña María Evangelina Santos salió apurada a comprar pescado. No se había acordado antes de la fecha y ahora, mientras hacía examen de conciencia, se golpeaba el pecho y rezaba el pésame por el pecado que estuvo a punto de cometer. Había preparado unas milanesas de carne a la napolitana con jamón y queso deliciosas pero, como ese día estaba estrictamente prohibido comer carne, no tuvo más remedio que tirarlas a la basura. Se santiguó también por el pecado de tirar la comida y, por las dudas, contra la gula, que era uno de los más aberrantes pecados capitales.
Recordó que para ese día siempre traían pescado fresco a la pescadería que estaba a unas cuadras de su casa. Iría rápido antes que llegara su marido a comer, rezongando porque la comida no estaba servida.
Al volver recordó que en casa no había pan, leche y otros alimentos. Como pasó frente al supermercado donde siempre hacía las compras, entró no sin antes guardar el pescado adquirido momentos antes en uno de los casilleros destinados a dejar las pertenencias, antes de entrar al local principal.
Seleccionó rápido los productos y ya iba a marcharse cuando se encontró con su prima Mercedes, que hacía un buen tiempo que no veía.
Ambas se quedaron charlando un buen rato, hasta que escucharon la conocida voz diciendo que el supermercado iba a cerrar sus puertas.
María Evangelina se desesperó mirando la hora. Su marido estaría esperándola … ¡Y el pescado sin hacer!
A grandes zancadas llegó precipitadamente a su casa. Su marido ya la estaba esperando.
-¿Viste lo que compré? – le dijo mostrándole un paquete atado con un hilito.
-¡Ah! ¡Qué bueno! ¡Empanadas de vigilia!
María suspiró aliviada mientras ponía la mesa. –Salvada de las aguas –pensaba.
En tanto su marido guardaba en el freezer la mercadería.
Ese fin de semana ambos viajaron a visitar a uno de sus hijos para celebrar el día de Pascuas y María le pidió a su marido que parase un momento en el supermercado, para comprar unos huevos de Pascua para sus nietos.
-Enseguida vuelvo – le dijo a su marido, que se preparó para el plantón de por lo menos media hora o más. Ya la conocía.
Pero ella volvió poco después tapándose la nariz.
-Si supieras que olor a semana santa hay en el supermercado! Todo huele a pescado. ¡Aj!
Tres o cuatro días después de regresar del viaje, María fue a hacer las compras semanales al supermercado. Algo la hizo taparse la nariz: el olor a pescado era insoportable.
Se apuró a llenar el changuito con lo que necesitaba e irse rápido a su casa: el aire se hacía irrespirable.
De repente sonó su teléfono móvil. Enseguida manoteó dentro del bolsillo de su cartera para atenderlo, pero en ese momento tocó algo que estaba en el fondo del bolsillo. Parecía una llave…
María palideció y contuvo la respiración.
Lo peor de todo fue tener que decirle al portero que le ayudara a sacar el pescado podrido del casillero donde lo había dejado la semana anterior.
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