Sus poemas eran desgarradores.
No en vano, era todo un éxito editorial.
Los lectores se preguntaban si ese pesimismo, crueldad y crudeza que reflejaba en sus palabras, eran verdaderos, o sólo el fruto de su frondosa imaginación.
La realidad, sin embargo, indicaba que no era ni una cosa ni la otra.
Bien se lo había explicado su terapeuta: lo suyo era una cuestión de actitud.
Era rico, famoso: lo tenía todo.
Pero él prefería encerrarse a escribir.
Mientras lo hacía, y para entrar en clima, se repetía a sí mismo: "siempre se puede caer más bajo".
Esa noche en particular, se encontraba más deprimido que de costumbre.
Por eso logró escribir los mejores versos.
Releyó todas esas letras que había vomitado, y se sorprendió de sentirse satisfecho.
Decidió inyectarse una dosis extra; para festejar.
Y murió con una sonrisa.