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Vuelos

Sala de arribos del Aeropuerto Internacional Cheddi Jagan, a 40 km de la ciudad Georgetown, capital de Guyana Un espacio impersonal, frío y artificial. Fácilmente confundible con cualquier terminal aérea del mundo. Guardia de seguridad y muchos uniformes, ya sean de azafatas, pilotos, recepcionistas, mozos y miembros de las fuerzas de seguridad.

Las pantallas anuncian los vuelos que llegan y parten. Las puertas automáticas a modo de mordiscones se abren y cierran al ritmo de los ingresos de los viajeros.

En una suerte de Gran Hermano mundial, van apareciendo los primeros llegados, con sus maletas con rueditas que parecen recrear el famoso reality. La mayoría esbozando sonrisas y buscando entre la gente rostros y figuras conocidas y esperadas. Largos abrazos, los incontenibles esfuerzos de los familiares en hacer liviana la carga haciéndose con los equipajes de los arribados.

Aparece un hombre de mirada dura, con evidentes signos de hastío, buscando al nutrido grupo de individuos que portaban carteles con nombres, apellidos, empresas.

El aparecido trata de recordar cuál era el nombre que figuraba en su pasaporte, de los muchos que lo habían acompañado en sus vuelos por el mundo.

Reconoce uno que lo representará en la corta visita al nuevo país.

Un taxista con un cartel que rezaba “Sr. Ordoñez”, sonríe al ser reconocido por el viajero.

Un Ordoñez con pocas pulgas, lanza su equipaje de mano hacia el conductor y sin emitir palabra sigue los pasos de su guía.

-¿Cómo fue el viaje?-Atisba a balbucear Carlos, como queriendo comenzar un diálogo.

Las palabras del taxista chocaron contra el muro de indiferencia y la resignación lo llevó a desistir con sus amigables modales.

Carlos, fue veterano de la guerra de Vietman, algo añoso para ser miembro de los servicios de inteligencia de Guyana. En el mes de agosto cumplía los 70 años.
Sin embargo su actuación como conductor de taxi la hacía a la perfección. En ningún momento aparecieron dudas en su extraño pasajero.

Tomaron la autopista que los conduciría a la capital, Fulgencio Ordoñez se sentó atrás a espaldas del conductor, con claras intenciones de no entablar conversaciones.
Lo dejó en el Hotel Intercontinental, pasando la posta a varios de sus compañeros que cumplían misiones en distintos puestos, con celosa vigilancia al sospechoso huésped.

Un sicario de fama mundial como el devenido Sr. Ordoñez, estaba a punto de cometer un delito y nadie podía anticiparse.

Poco a poco se fueron apostando en distintas áreas del hotel grupos especiales de ataque, esperando las órdenes para entrar en acción.

Nadie lo visitó, ni siquiera recibió llamadas. Le sorprendió al espía que lo trasladó la ausencia de celulares o equipos de comunicación del sospechoso.

La tensión aumentaba minuto a minuto. Ya avanzada la noche, se oyó un solo disparo.

Por la mañana, Camilo Fuentes esperaba despreocupado el vuelo 5465 con destino a Nueva York, en el impersonal aeropuerto de Guyana.

OTREBLA

Texto agregado el 20-04-2016, y leído por 117 visitantes. (1 voto)


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