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"Ni perdón, ni olvido"

El Franchuti Loco

Se le vió llegar una mañana de invierno, saltando de una vereda a otra, como si jugara al luche. Más tarde, el tendero se había dado cuenta de que el comportamiento extraño del barbudo aquel se debía a las charcas de agua y fango que habían permanecido a flor de tierra después del último aguacero.
Plantándose delante del almacén, con la gorra relevada hasta el límite de su calvicie, había sacado un carnet (o que parecía serlo), hojeado atentamente una líneas escritas y aclarándose la garganta había dicho con voz ronca :
- Me lamo carnek -. Y el vecino que tomaba su trago matinal delante del mostrador se ofreció instantáneamente de intérprete :
- Dice que se lame el carnet...
- ¿Y qué querís que le haga? ¡ si tiene hambre que se lo coma ! - respondió el tendero.

El hombre los miraba interrogante, con una suave sonrisa en las comisuras y sus ojos móviles que seguían preguntando hasta que estimó necesario emplear la mímica y repitió :
- ïó mi lamo carnek
- ¿ Y si llamáramos al gringo pá que lo entienda ? - sugiriô el almacenero - ¡ Maité ! anda a buscar al gringo porque aquí tenimos otro que está más loco quél - y agregó poniéndose las manos en corneta - ¡ y dile que quiere comerse el carné !

A todo esto, el forastero había vuelto a sacar de su bolsillo la libretita usada hasta más no poder y señalaba con un dedo amarillento de nicotina la frase consultada antes, en la vereda de enfrente. El vecino con los ojos ya turbios de tragos logró desentrañar el enigma.
- ¡ Ah, dice que se llama carnet ! - y el extranjero corregía -!No! car-nec!
- Giïeno, no se llama carnet sino que carné ¿ es así, car-nec, Yes? - y agregô triunfante - ¿ Viste ñato?, ¡ yo también sé hablar en gringo pós !
Y el gringo Carnec se instaló en aquel barrio del lomo más alto del Centauro, desde donde podía contemplar noche y día, temprano y tarde el mar y el horizonte del mar.

Digo "el horizonte del mar" porque eso me lo enseñó él. Nosotros solo decimos "el horizonte", pero él me explicó que horizontes hay en todas partes: en el campo, en la montaña, enfin, por todas partes, entonces había que "precissar", asi decía. Le encantaba marcar las eses para no olvidarse de los plurales, sólo que a veces las ponía demás en la mitad de una palabra.
Bueno, el hecho de tener que mirar "el horizonte del mar" día y noche, tarde y temprano lo hacía levantarse de madrugada y acostarse cuando pasaban las doce de la noche. Y si se agregan los saltos, por causa de las charcas y las ganas que había mostrado de comerse el carnet, el barrio lo bautizó "el loco". Como nadie sabía de dónde venía al principio le decían "el gringo loco número dos" o "el más loco quel otro", porque al otro gringo casi nadie lo veía.
Vivía encerrado entre cuatro paredes, tirando monedas por la ventana entreabierta a quien quisiera llevarle el pan, o el azúcar, o el café, y los cigarrillos. A veces nos peléabamos, y aunque estuviéramos encumbrando volantines cuando oíamos su silbido, hacíamos carrera a quién llegaría primero para el puñado de monedas.
De vez en cuando olores de cebolla frita se desparramaban por la calle y al anochecer una sombra rápida y menuda se deslizaba rasgando paredes o evitando los huecos de la calzada. Se murmuraba entonces que era él, el gringo loco número uno, que se iba disfrazado a bailar en los boliches del puerto. Otros decían que era una de las putas, que lo conocía desde hacía ya mucho tiempo, quien venía a freírle cebollas y a contarle cuentos.
- ¡ Y qué cuentos le contará ? - pregunté un día. Y viendo las risotadas de los volantineros y sobre todo la de mi hermano mayor, me quedé callado.
- Ya verás cuando te los cuenten a ti - había agregado el Manolo, y terminé riéndome con ellos.
El gringo Carnec se alojó en casa de la viuda Hernández. El flaco Hernández, su hijo, ya era mayor y frecuentaba el liceo de la calle Colón. "El liceo de varones", decía la viuda con orgullo y respeto, como si pronunciando esas palabras dictara una lección que teníamos que aprendernos de memoria. Ella había sido maestra de primaria y al enviudar se había quedado en su casa, enseñando el silabario a su hijo, al igual que las tablas de multiplicar.
Como la casa en la que vivía era más bien un caserón, de vez en cuando arrendaba una pieza o dos, en el fondo de un corredor, a inquilinos de paso. Tenía por regla decir a todo el que se presentara : "no podré hospedarle más de seis meses, el tiempo de que usted encuentre algo mas cómodo. Yo soy viuda y el vecindario me respeta ¿ comprende usted ? “
Y el vecindario había visto desfilar a estudiantes con anteojos y espinillas y ternos ya estrechos por crecimientos prematuros, a señoritas del campo que buscaban "un trabajo puertas adentro", señores jubilados a quienes se les había incendiado o desmoronado la casa, a uno o dos gringos, al menos así decían porque no abrían la boca ni para saludar.

Pero "el gringo número dos" con su libretita usada y sus mímicas le había dado a entender que se quedaría sólo un día, o dos...o máximo...una semana.
Pero pasaron dos semanas, tres, un mes y dos meses y el gringo se quedaba allí, contemplando el horizonte del mar de noche y de día. Terminamos por deducir que esperaba un barco y la viuda se tranquilizó cuando sus oídos percibieron lo que el barrio murmuraba.
Yo fui quien levantó el velo de misterio que lo había enrollado desde el primer día de su llegada.

Se llamaba Rolland Carnec, venía de muy lejos, me decía, y aprendía el castellano escuchándonos hablar a todos : a la viuda, al tendero, a nosotros, a los que jugábamos al volantín. Primero aprendió todos los garabatos, después se empeñó en pronunciar todos los plurales agregando eses por todas partes, hasta donde no habían, y ayudando al flaco Hernández en sus tareas de francés. Le enseñó la recitación para el fin del año escolar : "O temps, suspend ton vol..." lo que le valió al flaco, según supe después, la nota máxima que consentía el profesor de francés, un 6,5 , porque el 7 era « la nota para el profesor y nadie más".

La viuda, viendo que el Franchuti, como ya lo llamábamos nosotros, parecía inofensivo y además había logrado mejorar la pronunciación en francés al flaco de su hijo, no insistió, o insistió menos para que desalojara cuanto antes el cuarto que le había arrendado.
Terminado el año escolar, la viuda hizo algo que extrañó primero a los vecinos, que la conocían desde siempre, y los tranquilizó cuando comprendieron que la señora Hernández seguía siendo seria y honesta.
Antes de mudarse, por el tiempo que duraban las vacaciones del verano, a Belloto adonde había heredado una chacrita con una pequeña viña para hacer chicha dulce, encargó al Franchuti que se quedara cuidando la casa. Total era el único inquilino que tenía en ese momento y él podía arreglárselas cocinando o comiendo pan y cebolla, pero sin ella
Después de haber embarcado la mitad del salón, los colchones de su cama y la de su hijo, al igual que los platos y las ollas, el camión de "la mudanza de vacaciones", como lo llamábamos en el vecindario, se alejó tambaleante y carrasposo por las calles empinadas del Centauro.
Los que quedábamos allí, sin irnos nunca de veraneo, "¿ Y para qué con unas "vistás" tan linda y un sol que "ambriaga" de "aligría"?", lo miramos alejarse, sin saber que aquélla sería la última vez.
Ese verano pasó volando como un sueño. El loco Franchuti se empeñó en convertir el barrio en un eterno vaivén de fiestas y de tallas. Nos distribuía cuetes que compraba en otros barrios, donde los boliches chinos los vendían todo el año, y aunque los cuetes estuvieran húmedos por las lluvias torrenciales del invierno, lograba hacerlos estallar secándolos un poco, "una minuta, no más", en el horno de la viuda, quien, menos mal que no estaba allí para verlo. Luego nos disfrazaba y nos hacía desfilar, golpeando de casa en casa y diciéndonos que repitiéramos "¿ cómo stoi ? ¿ toi bonito?". A veces las puertas se abrían y nos acogía un estallido de carcajadas en el interior de las casas, otras se cerraban con un garabato y otras no se abrían porque y a estaban hartos del griterío y nos aullaban " ¡ vayan a joder a otra parte, cabros de mierda ! " Había transformado nuestras vidas en un verdadero circo.
El verano se acababa y llegó el tiempo de la vuelta a la escuela. Muchos de entre nosotros tomaron los cuadernos del año anterior, cuando les quedaban algunas páginas sin escribir. Los que podían se consiguieron los libros usados del hermano mayor, del primo o del vecino. Los zapatos con suela nueva para los más afortunados, que no eran tantos, y el uniforme o el guardapolvo que escondía la pobreza. Llovía con rabia en las casas, hasta hubo algunas que se desmoronaron con el terreno empapado que las arrastraba consigo.
El Franchuti, después de haber escrutado el horizonte del mar, decidió que, al fin y al cabo, el barco que esperaba no llegaría nunca.
Como ya se las arreglaba mejor en castellano, trató de explicar a la viuda Hernández que había decidido quedarse y que le diera los seis meses reglamentarios para buscar otro alojamiento. Y como había cuidado la casa (nadie le contó lo de los cuetes secados en el horno) ésta no pudo mas que acordarle una pausa.

El flaco Hernández se había puesto más flaco y había crecido de unos 30 centímetros. La voz se le había puesto ronca y un huesillo jugaba al ascensor en su garganta cuando hablaba. Del liceo trajo un día una flauta a la que trató de sacar sonidos guturales que él llamaba "cantos indios". Después trajo a una barra de compañeros con la que armaba tandas los sábados y a veces los domingos. Nosotros tratábamos de treparnos a las ventanas para verlos, pero la viuda acechaba con una escoba y nos echaba a palos.

El Franchuti se embarcó un día con una tropa de circo que pasaba por ahí. Lo despedimos con tristeza. Él agitó su mano hasta que la caravana se perdió por una de las bajadas del cerro.
En la escuela organizaron distribución de leche. A mí no me gustaba la leche, o sólo me gustaba un poco con el té del desayuno, pero en la escuela había que tomársela delante de la maestra o te ponían un uno en comportamiento. Traté de tragármela aunque después pasaba el día en el baño.

Cuando nos juntábamos después de terminada la escuela, a veces hablábamos del Franchuti, de los disfraces, de los cuetes y del circo donde ahora estaría trabajando. Alguien propuso un día que si nos fijábamos en los letreros que colaban en los postes de los barrios, a lo mejor podríamos ir a verlo actuar. Pero ¿ actuaba de qué ? ¿ de trapecista, de domador de tigres, de Toni ? Esta última idea nos encantó, no podíamos figurárnoslo más que vestido de Toni. Y la campaña de acecho debutó por turnos.
A veces había que quedarse en la escuela para la repartición de alimentos. La maestra elegía los nombres por "orden social". O había naranjas y papas, o papas y repollo. Fue con un repollo en la mano que leí el afiche. Llegué a la casa con el corazón que se me escapaba por la boca. :
- ¡ El Franchuti, el circo del Franchuti llega mañana ! - gritaba deshojando el repollo. No me sentí culpable de tanto desperdicio porque no me gustaban los repollos.

Asistimos a la construcción de la carpa, pero no vimos a ninguno de los que debían actuar por la noche :
- Los artistas llegarán mas tarde chiquillos - nos dijo uno de los que instalaban.
Volvimos a nuestras casas con la espera que nos latía dentro del pecho. Me tragué la sopa casi hirviendo, lo que hizo gritar a mi mami que me iba a crecer una úlcera en el estómago. Pero yo no sentía el hervor, sólo sentía una inmensa ansiedad que me devoraba. Todo el vecindario iba también al espectáculo, pues el Franchuti nos había encantado tanto con sus piruetas y mascaradas que algunos creían que a lo mejor metía la cabeza dentro de las fauces enormes de un león. Otros, que atravesaba un hilo equilibrándose con un paraguas y otros que a lo mejor bailaba tangos, o tragaba llamas o simplemente vendía los boletos en la entrada.
Nos sentamos al medio del gallinero, de ahí se podía ver mejor el espectáculo, pensando que después de terminada la actuación podríamos ir a verlo, para saludarlo y recordar tiempos pasados.

Empezó la función con el equilibrista y no era él, después le tocó el turno al domador de perros (no había ni leones ni tigres), después entraron persiguiéndose dos enanos disfrazados de Toni, lo que hizo reír a la galería y hasta yo me reí de sus cachetadas y revoloteos. Vino el entreacto y nos quedamos esperando a que los maridos fueran a fumar un poco afuera, y a que las señoras gordas o flacas, con sus chiquillos fueran a hacer pipí en un rincón oscuro detrás de la carpa, hasta que empezó la segunda parte.

Salieron a la pista dos hombres. Uno disfrazado de milico y el otro de civil. El milico ordenaba al civil que se sacara la camisa y el civil, con timidez, se la sacaba. Le ordenó enseguida que se sacara los pantalones y que le mostrara su posterior para recibir una paliza. La gente empezó a reír y cuando logré aguzar el oído me di cuenta que el milico hablaba con un acento inimitable. Otros también lo reconocieron y se pusieron a aplaudir. Yo también aplaudía, porque resultaba cómico escuchar como gritaba "móstrami el culo que te voi a pegá". Y de repente hubo un silencio que pasó soplando y que había remontado viniendo de las primeras filas de la platea.
Dos hombres salieron a la pista, ordenaron al que hacía de civil que se pusiera la camisa y subiera el pantalón. Se dirigieron al disfrazado de milico, lo acostaron de bruces en el aserrín y le pasaron las esposas. Cuando se lo llevaban de la pista, el Franchuti trató de hacer una venia con su sonrisa dulce que le remontaba las comisuras de los labios, pero nadie se atrevió a aplaudir.

Buque Escuela Esmeralda, septiembre de 1973
- ¡ Oigan ahí los de abajo ! ¿ Alguien quiere ser voluntario ? El encargado de Aduanas que yacía en las calas, junto a otros detenidos y que no podía quedarse quieto un minuto dio un salto : - ¡ Yo pós cabo !
- ¡ Güeno, siempre el mismo, los otros siguen flojeando, anda sube ! Ayudó a sacar a un hombre desmayado de la lancha.
- ¡Ya no le queda ni un hueso entero! ¿Dígame pós mi cabo, por qué lo apalearon tanto a éste ?
- De la Fuerzas Armadas nadie se burla ¿oíste?...

Texto agregado el 12-09-2004, y leído por 336 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
07-11-2004 Mena su cuento es delicioso, la caracterizacion de su personaje es vital para el cuento. El desarrollo de las peripecias, los niños que se peleban por ir a los mandados, La estirada maestra. que con su pincelazo uno da cuenta de su temor social , hata la partida del francucho... El final, me lo imagine de muchas manera, pero me sorprendió. un abrazo y como siempre es un gusto leerle ruben sendero
28-10-2004 ¡Qué gratos momentos he pasado con este relato! Qué final tan inesperado y qué bien contado. Felicidades y gracias por este regalo, por el que correspondo con cinco estrellas, las más brillantes, que bien lo merece. Borarje
20-09-2004 "El franchutti Loco" : un excelente relato que encierra un secreto: ¡Cuánto se puede decir, cuando se sabe escribir, Reina Selva! Mi admiración, mis estrellas y besos. maravillas
13-09-2004 Querida amiga. Me has deleitado con la historia de este franchuti loco, carnek o carnet. Me lo imagino pidiéndole al otro que le muestre el... ¡Las vueltas que tiene la vida! Me hicistes acordar otros tiempos, lejanos, cuando llegaba el circo al pueblo, me sentaba en el gallinero y no paraba de reirme. Aunque luego, el espectáculo terminara con algún disturbio, típico de aquellos lugares. Un abrazo. Gracias por compartir este texto. Shou
 
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