En medio de la oscuridad yacías inconfundible. Ni la más profunda tenebrosa falta de luz lograría que no te viera a través de todos mis sentidos, y entre los aullidos musicales y el vapor del té me regocijaba de que entre todos ellos el único discapacitado fuera mi vista, no hacía falta, nunca hizo falta, no en ese momento. El tacto, el oído, el olfato y el gusto me bastaban para sonreír sin ser visto por ti que te escondías entre mis cariños, yo también me quería esconder, que el mundo no me encontrara, hubiera sido demasiado inoportuno existir para alguien más que para ti en ese momento, hubiera sido demasiado inoportuno existir en más de un solo lugar porque a veces solo basta con existir en el éxtasis de ese solo segundo, por lo menos eras la única con la que valía la pena dejar de existir y ser solo flujo y repetición en un espiral de risas, de tacto y dolor de vientre. Y tu tan morena que la noche parecía ser una caricia en tu piel, tu pelo era aún más oscuro que el manto mismo. Siempre me gustaron las estrellas; siempre me gustó el olor a piel dulce; siempre me gustaron los ojos negros; siempre me gustó el pelo largo y liso sobre mi cara; siempre me gustó la idea de dormir junto a la noche, pero la noche dura, y poco si se la disfruta, dicen los borrachos con experiencia, como yo. Mi mayor logro junto a ti fue haber visto tantas veces abrir y cerrar semejantes ojos, que hoy más que nunca me duelen en lo profundo. |