Todas las mañanas pasaba por mi casa. Parecía que ya se le Había hecho costumbre.Su rabo entre las patas, temeroso, se acercaba a mi verja. Asustadizo al máximo,ladraba ante el más mínimo ruido. Y vaya que los había.La gente que corría a tomar un transporte, los jóvenes que regresaban de los boliches,y los dañinos que por perversidad lo pateaban.
¿Cómo era?
Hermoso para mi, un poco sucio, podrían contarsele las costillas que se notaban bajo su piel y triste, muy triste.De color claro, té con leche, ojos marones, que transmitían todo el sufrimiento del abandono. Así nos conocimos.
Un día no se presentó. Simplemente desapareció. Esperé un día, dos, y comencé a buscarlo. Alguien comento que pasó la perrera y se lo llevó. Lo fui a buscar. Apenas me me vio, me saludó con alegría, su cola trabajaba a mil revoluciones, parecía un helicóptero. Después de algunos trámites regresó conmigo ¡a mi casa por supuesto!
Hoy somos inseparables. Sus paseos callejeros los hace conmigo, ya nunca vagabundea solo. Espera mi tiempo libre y allá vamos. Lleno de alegría entierra su hueso bajo un árbol que solamente él conoce, mientras yo miro para otro lado.
En nuestros paseos nocturnos, mientras la Luna ilumina nuestra amistad, se porta como un perfecto caballero. De vez en cuando...un ladrido alegre.Tal vez conversa con Ella
contándole cosas sobre mi. Refriega su hocico sobre mi mano, una mirada de sus ojos tiernos, una lamida y después:
¡Toda la noche para mi perro, que nunca tuve!