Sentí curiosidad por su narración, pues todo lo que ese hombre me contaba me era completamente desconocido e interesante. Por tal razón, determiné permanecer un poco más en el sitio hasta que la historia concluyera. Le pedí al hombre, por tanto, que terminara con lo que había comenzado:
-Veo que esta historia le ha agradado, así que proseguiré; aunque he de advertirle que lo que viene a continuación no es nada grato. De hecho, es tan doloroso que preferiría omitirlo, pues me pesa terriblemente en el alma. Un día, cuando parecía que la paz perduraría en el bosque interminablemente, aparecieron unos malencarados hombres con hachas que nos pedías que saliéramos de ahí, pues los árboles iban a ser talados. Nosotros nos negamos a ello y entonces empezó una disputa que finalizó en una gran tragedia: nosotros no poseíamos armas para defendernos de nuestros atacantes, los cuáles se regodearon al observar sus filosos y escalofriantes instrumentos de trabajo cubrirse de sangre. La corteza de los árboles y la hierba adquirieron un macabro color escarlata, los animales huían horrorizados de tan atroz espectáculo y, ese día, cuatro Guardianes Verdes perdieron la vida defendiendo este lugar que ahora ve.
Daba la impresión de que rompería a llorar, lo que era por demás comprensible. La voz del individuo se tornó trémula mientras relataba tan fatídico suceso, lo que me inspiró tristeza y compasión al entender parte del enorme sufrimiento del personaje que tenía frente a mí. Éste dejó de observarme por unos momentos y reparé en que estaba realizando un esfuerzo sobrehumano para no ceder por completo a todo el tormento que tales recuerdos le generaban. Logró sobreponerse, al cabo de un instante, y continuó:
Enterramos a nuestros compañeros al pie de unos árboles frondosos y fuertes. Después de sus decesos, los demás nos sentíamos desesperados, tristes y confundidos al no saber cómo proceder con exactitud. Desde entonces, la gente mala llegó y comenzó a matar al bosque lentamente, y nosotros moríamos a la par que nuestro querido hogar. Pronto quedé solamente yo, ya que los primeros sobrevivientes de la primera matanza cayeron en posteriores enfrentamientos al tratar de salvar lo que quedaba de este paraje. Al capturarme, me dieron a escoger entre morir en la hoguera o a vagar en este lugar mientras atestiguaba impotente como éste iba falleciendo a causa del apetito destructor del ser humano, terminando mi martirio únicamente con mi muerte. Elegí la segunda opción, pues quería perecer al lado de mi amado bosque y no lejos de él, y he continuado así desde entonces. Y quizás le resulte demasiado incoherente, pero no me arrepiento de mi decisión, pues el bosque nunca me ha herido ni decepcionado, como lo han hecho los humanos; y fue por ello que me alejé de todo contacto con la civilización para hallar la paz. Usted, debe saberlo, es el primer ser humano con el que entablo contacto en muchísimo tiempo, y no me importa lo que otros llegaron y llegarán a pensar de mí: yo amo al bosque y no lo cambiaría por nada, ni siquiera si me dieran la oportunidad de volver a nacer y llevar una vida más venturosa que la que me ha tocado. Y, finalmente, algo bueno sucedió en mi vida cuando los taladores se marcharon y no exterminaron el bosque en su totalidad, además de que he llegado a enterarme que todavía hay gente buena y noble que le gustaría ser un Guardián Verde; y eso es un franco consuelo para mi sumamente cansado corazón.
-¿No le preocupa lo que le pueda pasar al bosque cuando usted muera?- pregunté nuevamente al suponer que, aunque el anciano todavía sobreviviera varios años más, su existencia acabaría invariablemente algún día.
-No, eso me tiene sin cuidado- afirmó el anciano melancólicamente. Su respuesta me asombró, no porque en un principio sonara muy ligera, sino porque le confería un aura aún más misteriosa.
Posteriormente, me indicó como llegar a la vereda, le agradecí profundamente la valiosa información y partí. De pronto, me volví y vi al viejo despidiéndose de mí, alcanzando a ver que no había cambiado en nada, pero que comenzaba a desvanecerse poco a poco…
Al mismo tiempo que localizaba la vereda y me disponía a marcharme rumbo a casa, encontré una raquítica choza a punto de derrumbarse. Pensé que probablemente se trataría del refugio donde se guarecería el hombre con el que me había topado y consideré entrar. No aguanté la curiosidad y me introduje en esa construcción precaria. El aire no estaba enrarecido, como podría suponerse; al contrario, se percibía un ligero aroma a flores silvestres y a pino. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, no detecté nada que revelara presencia humana, por lo que concluí que nadie vivía ahí. Apenas y avancé un poco cuando hallé algo que no había notado en mi primera inspección visual. Segundos después me di cuenta que ese obstáculo eran los huesos de un ser humano muerto hacía mucho tiempo. En aquellos restos se habían enrollado unas enredaderas y fue entonces cuando me fijé que ese esqueleto traía encime una camisa sumamente negra por la suciedad y unos pantalones raídos.
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