Y es cierto, supongo, que el tiempo corre a todos de su lugar, los añeja, los lima, los pule, los extingue, los cala, los derrama, los armoniza, los apacigua, los desmadra y los ajusticia. El tiempo es esa cosa que no sabemos cómo viene ni de dónde pero que siempre está y estará… y si esto no es verdad, pues nada será cierto porque la verdad es hija del tiempo y prodiga de la realidad.
“Ojo por ojo” se exigía hace algunos siglos y yo estaba ahí bien parado viendo como el humano exprimía toda su capacidad para impartir justicia luego de que los dioses ya no daban respuestas. Cuando se dieron cuenta que la lluvia tenía ciclos, que las inundaciones podían ser previsibles; que los meteoritos rayaban los cielos y no eran rayos de un Zeus enojado; que las muertes masivas eran por pestes naturales y no por un castigo de Dios; que orar ayudaba a la conciencia pero no quitaba el hambre, que el pecado era pecado en algunas parte del planeta (uno redondo y orbital con otros más alrededor de un sol que era su luz y sin ella la vida no era posible); que más allá o más acá los espera la muerte de la que no hay escape y hoy, junto a otros “fenómenos” son incógnitas que el hombre no puede descifrar… y mi tic-tac sigue firme como aquella vez.