Misterio

Si ser un erudito en temas religiosos, hoy me urge compartir entre la comunidad católica, un tema que a pesar de lo banal, no deja de inquietarme. Todo un excelso ritual metódicamente diseñado, que no deja de sorprender, protagonizado por un regimiento de religiosos que imparten los sacramentos.

Son conspicuos miembros de la grey que con sus votos se consagraron a difundir la palabra de Dios para los que quieran oírla. Más allá de los atuendos, y más cerca de su aspecto personal, un detalle me llamó la atención y es que no encontré uno que use bigote.

Si bien su uso está en vías de extinción, entre los miembros de la iglesia ni siquiera alguna vez se atrevieron a ostentar. ¿Por qué?

Sería una nimiedad el querer comparar este descubrimiento con los misterios de la religión, una inquietud me conmina a reflexionar sobre el tema, apelando a la soberbia que me da la ignorancia, algo muy desarrollado en estos tiempos donde abunda la información y es escasa la comprensión.

¿Qué atractivo especial habrá tenido para que lleve a la represión por su uso?. ¿Es procaz y hedonista osar dejar crecer sus vellos debajo de sus narices?.

Hace algún tiempo, desde los paragolpes de un camión, leí una frase típica de divulgación que reflejaba ostentosamente la llamada cultura popular: rezaba (nunca más adecuado el término) “Use bigote; un beso sin bigote es igual que dos huevos fritos sin sal

Fue un recurso estético que cautivó a mujeres entre los finales del siglo XIX y los principios del Siglo XX, desde los frondosos mostachos de sabiduría manifiesta a los diminutos y recortados bigotitos que con milimétrico afán portaban los lascivos y provocadores galanes de Hollywood, al estilo del irresistible Clark Gable.

Tal vez sirvió como complemento para consolidar los votos de castidad, despojando la cara y la mente de malos pensamientos.¡Vaya uno a saber!

Respecto a las vellosidades de las féminas religiosas, un respetuoso silencio me lleva a la represión de mis impulsos.

OTREBLA