No tengo miedo
de confesar que me estaba,
de a poco, enamorando.
No de ti,
puesto que no dio tiempo
a conocernos tanto,
sino de la primavera
que brotaba ya
de nuevo en mi pecho
tras años hibernando.
Pero, tranquila,
no te quedará carga alguna
que todo lo construido en esta vida
con facilidad, o sin ella, se deshace,
o más bien se muda
de tamaño y de lugar
para volver a escribir
con los restos la siguiente
parte de la historia
y ésta, lo prometo,
será la última en la que
suspire tu nombre.
Ahora es cada vez
más olvido
más distancia
más silencio
más abismo...
pero pronto será de nuevo
tierra yerma ésta
donde dejé crecer tu semilla
y, con mimo, la fui regando;
volverá al necesario
tiempo de calma y lluvia
para recuperarse
y dejar el corazón
en barbecho.
Para ser sincera
aún te echo de menos,
aunque cada vez un poco menos.
Ya he olvidado
el acento de tu voz
el brillo en tu mirada
el candor de tu abrazo
y hasta esa sensación
de llevar siglos esperando.
Pero me entristece
que vinieras llamando a mi puerta
si no pensabas quedarte.
Dicen que todo está conectado
y yo llevo meses aguardando
por si das con ese pensamiento
justo, concreto, acertado,
que deshaga toda distancia
y vuelva a hacer coincidir
nuestros horarios.
Pero el desencuentro en el amor
es más hermoso
cuando lo canta Andrés
en su vals de despedida
y no cuando aprieta el pecho
desde dentro
empujando hasta romper
el esternón y sus costillas,
porque, admitámoslo,
hasta para nacer
hay que romper algo.
Y el final duele menos
cuando son tres letras
tras hora y media de película
y no eres tú la que dices
este es el fin de un cuento
sin despedida ni moraleja.
Te dejo las preguntas
que tanto me atormentaron
y no tuviste tiempo de responder,
me llevo el vacío y mis poemas
que es lo mismo
que traje al comienzo de esta historia
y marcho, entonces, más desnuda
pero con menos piel
pues esta es la primera vez
que pronuncio para ti
la única palabra que
jamás te quise regalar:
adiós. |