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Llora doña Margarita, llora con todo el dolor de su corazón. Se pregunta con tanto rencor el porqué sucedió, el porqué ya no sería...

Tenía tantos planes para convertirse en abuela. Llora al nieto que no llegará, al nieto que su único hijo Ramón, no podrá darle, porqué la vida es injusta y porqué Dios así lo quiso.

A un lado está la cama dónde el muchacho durmió toda su infancia y encima de esta, el altar a la virgen de Juquila con su veladora siempre encendida, para que siempre protegiera al muchacho a dónde quiera que fuera y con quién estuviera. Los rezos nunca habían faltado, y hoy junto al mismo altar, está la mujer que llora amargamente.

En la cocina el pocillo de peltre, cascareado y negro por el humo, deja escapar el vapor del agua que doña Genoveva puso a hervir. La comadre no sabe que hacer ni que decir, pero mientras, se fue a la cocina para preparar un té para ver si así logra tranquilizar a doña Margarita, y aunque imagina lo peor, no cree que el muchachito que tan amable ha sido pueda tener un gesto de maldad para hacer de su madre una tragedia convertida en lagrimas.

Y aunque se acaban las lágrimas, el pecho no deja de doler. Para cuando Genoveva regresa al cuarto, la comadre ya hizo un desorden, sacó de la cómoda, las chambritas que había tejido, las cobijitas que serían para su nieto, para el niño que correría por toda la casa y que le diría abuela.

Pero no sería niño el nieto esperado, ni siquiera habría nieto, Ramón lo había dicho, con todo el dolor de su corazón y con el alivio que había buscado toda la vida.

Con lágrimas en los ojos tras recibir la cachetada, el muchacho se había ido tras la negativa de un abrazo con la madre. Así había sido su despedida aquella mañana. Luego doña Margarita no paró de llorar.

-Mi amor, dale tiempo a tu madre, deja que asimile la situación, no todo en la vida son los hijos y si es así, aún podemos adoptar…

El muchacho oía sin escuchar, pensaba en todo, en el dolor que le había causado a su madre, pero no podía dar marcha atrás, estaba comenzando su vida, a pesar de haberla "comenzado" hace años. El muchacho ya tenía una vida en pareja que había construido en dos años. Tras la salida de la casa de doña Margarita, había comenzado y no había vuelta de hoja.

Lo del nieto era lo menos, las chambritas podían venderse, pero la realidad estaba ahí: entre una mujer consolada por su comadre, un té de tila que hierve en la estufa, la Virgen de Juquila con su veladora, las chambritas regadas en la cama. Y en la lejanía dos hombres que tienen un amor que no puede dar hijos "frutos de la felicidad", que toda madre de tradición y con hijo único espera al convertirse en abuela.

Texto agregado el 09-04-2016, y leído por 446 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-04-2016 Por algo son las cosas. Tampoco tengo nietos y lo acepto. Un beso. MujerDiosa
 
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