MARZO 2016
DE NIÑAS…
Cuando el mundo era muy grande y nuestras mentes muy pequeñas, ya nos conocíamos. Desde mi casa se veía la suya y coincidíamos a diario en el parvulario, amiguitas. Decir que nos queríamos es mucho decir, hay que tener más consciencia para saberlo, pero el tiempo jugó a nuestro favor para definirlo: las tardes eran eternas y se pasaban volando jugando azacanadas a las canicas hasta que una voz maternal llamaba ¡a casaaa!.
El pequeño riachuelo no tenía secretos para nosotras, los renacuajos nos conocían y temían, de lata a bote, de bote a lata, y… a pesar de nuestros exagerados esfuerzos, siempre morían…
De niños y jóvenes, la camaradería, es vital en la lucha, yo era más chicazo no me preocupaba la ropa y sabía silbar, ella más… modosita, no obstante, ambas estirábamos el pelo como ningunas, nos defendíamos y hacíamos frente a alguna culebrilla o bicho que los chicos nos acercaban con un palo, cuando el asunto se ponía feo, corríamos como locas.
Se podía resumir diciendo que éramos familia, pues su muñeca y la mía eran primas. Nuestras madres repartían las meriendas equitativamente y con cerezas de su finca hacíamos preciosos y jugosos pendientes, entre risas, en el camino de vuelta.
También cantábamos, competíamos en festivales que nosotras organizábamos, siendo a la vez juezas y participantes, a nuestras madres las volvíamos locas con nuestros disfraces, pero el resultado era magnífico, subidas a un escenario de cajas de frutas, las vecinas desde las galerías nos aplaudían.
Su abuela la obligaba a asistir todas las tardes a la novena veraniega, mantilla y chaqueta incluidas, y allí por contagio, estaba yo, reprimiendo risas juguetonas, con seriedad de gestos sacros.
Pero, “si tienes un amigo, no lo pongas a prueba”, me aconsejó tiempo más tarde otro amigo.
Estudiaba primero de medicina cuando se me atragantaron los problemas de genética. Su novio se ofreció a explicármelos con otros compañeros. La noche anterior al examen fuimos todos a repasar a su casa, preocupada por el examen pero confiada. La noche sutilmente se fue complicando conforme los otros compañeros de estudio iban abandonando para irse a dormir. Cuando todos desaparecieron, él cambió de sitio a mi lado, se fue acercando poco a poco a mí, echándome la mano por encima del hombro, la cintura, y todo esto entre alelos y genes…
Yo me apartaba, iba a la cocina a beber agua, al baño, a la terraza… Aparentemente no era nada, pero…. No estaba bien, era su novio, yo tenía 18 años. Volví, él a unos centimetros de mi cara, yo retorcida, la mano bajaba y subía por la espalda como un gusano baboso, la cintura, más agua, se acercaba, me alejaba, y dale con los alelos y genes, y yo no veía nada, solo quería huir, eran las 4 de la mañana, a esas horas el bus no funcionaba, el taxi fuera de mi capacidad económica y quedarme a dormir allí, como él me ofrecía, un suicidio.
Estaba absolutamente desconcertada, no tenía ni la mente ni experiencia para afrontar la situación, que por otra parte, tampoco llegó a nada, claro que porque yo no dejaba de apartarme, y levantarme para comer, beber, hacer pis… siempre levantándome de la mesa con la menor excusa. Es curioso ahora al recordarlo, como jugaba con mi desconcierto y que bien había urdido la trampa, estaba en su terreno, su casa.
Ante las dificultades que le presentaba, comenzó otra ofensiva, de algún modo insinuó que lo de mi amiga y él “no era serio” , que ella…. Balbució algo de su noviazgo que freno al ver la cara de asombro que debía tener.
Miré el reloj, por fin las 6 de la mañana, cogí el portante y salí de aquella sutil tortura.
En el examen tuvo la desfachatez de ponerse a mi lado, sería por remordimiento o por pura caradura. Yo ni idea del examen, él me soplaba las respuestas sin yo preguntarle, de rabia, ni las anotaba. Suspendí biología
El verano llegó con el inevitable dilema: ¿lo cuento- no lo cuento?.
18 años. Lo conté.
Ella me dijo, como en la famosa canción:
-ya es tarde, ya me he acostado con él.
Perdí la amistad. Se casaron, tiene hijos.
En alguna escasa vez en que socialmente hemos coincidido, me da asco, su mirada sigue siendo lasciva.
Ahora, con los años, me pregunto si ella le diría algo o calló, si él se excusó, lo negó…
Si alguien no me entiende:
¡Por Dios!, ¡era mi amiga!, ¡sagrada!
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