BUENAS INTENCIONES
Hoy después de considerarlo mucho me he propuesto volver a intentar hacer un ensayo, pero un ensayo capaz de dejarme literalmente satisfecho. Un trabajo literario serio, alejado de poses innecesarias, de amaneramientos sofistas o exacerbadas ínfulas coloquiales. Porque un ensayo literario para preciarse de serlo, más que un “ensayo” sobre un tema cualquiera debe ser una verdadera propuesta sustentada y sustentable para quien lo escribe. Porque parafraseando a Alfonso Reyes, decididamente, soy de esos hombres tan amigos de lo mejor quien no se contenta ya con lo bueno.
Nadie nace ensayista eso lo sé y no lo será si vive amurallado tras la falacia ofrecida en la propia definición del concepto del ensayo, sumado a la aparente simplicidad y la falta de rigor formal con que se maneja actualmente su redacción. Hay quienes afirman de este género literario ser producto de un temperamento más que de un rigor técnico.
Por ello no me cabe duda, en el próximo ensayo cuando me atreva a escribirlo, no me permitiré caer en la trampa de bordear el tema en cuestión, entreteniéndome en sus orillas sin intentar demostrar nada. Porque el ensayo se ha convertido en una fuga tangente, rozar el globo y huir amparado en la supuesta licencia aquella de solo tratarse de un “ensayo” de algo. Un texto ensayístico será literario sólo si existe un público dispuesto a reconocerlo como tal y competente para ello. Será preciso entonces intentar hasta lograrlo, ceñirme en mi próximo ensayo a la justeza ordenada y necesaria en una exposición conclusa. Apartarme del rumbo tomado por tantos otros, como es plantear cuestiones y señalar caminos en lugar de asentar soluciones firmes; revistiendo con ello al ensayo del aspecto de solo una amena divagación literaria. Porque un ensayo literario es la expresión genuina de la subjetividad del autor. Éste, para hacer discurrir su pensamiento, no tiene ni debe recurrir forzosamente a un personaje ficticio o a una trama argumental amontonando información, sino condensar múltiples puntos de vista para unificar en un discurso crítico su perspectiva artística y teórica sobre un tema y sobre el mundo y debe aportar su propia conclusión.
Al ensayo suele utilizársele como un género menor que roza y rasca, punza también, pero su aguja suele penetrar solamente algunos milímetros del cuerpo temático. Alfonso Reyes lo vio como el hijo mestizo del arte y de la ciencia, un estilo y una inteligencia que forma parte de nuestra cultura moderna.
Quien escribe un ensayo argumentativamente se enriquece y empobrece a la vez, disfruta y se angustia, intenta y consigue-no consigue lo que intenta y lejos de tomarlo como afrenta se vanagloria de haber ensayado y de haberlo intentado. Cabe en un ensayo cualquier antítesis gramatical pues hacer es un gran pretexto para no pensar; pensar es un pretexto para no hacer.
Sigo pensando en escribir mi próximo ensayo a mi estilo y bien concluso, sin esquivar el meollo del asunto, pues —disculpando la paronomasia— ya no más tanta tinta tonta que te atenta y que te atonta, sino ensayar una propuesta cierta y congruente, sustentada y sustentable como ya lo pensé antes.
Sin apartar de mi pensamiento el decir de Chesterton respecto de este género: “El ensayo es como una serpiente, sutil, graciosa y de movimiento fácil, al tiempo que ondulante y errabundo” Muy cierto y mejor aplicado el símil, porque ensayar es probar, sugerir, tentar, es el arte de la evasión convertido por muchos en una estafa literaria.
Mientras esclarezco mis ideas seguiré cavilando hasta en tanto me sea posible escribir mi utópico próximo ensayo.
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