EL SR. ELÍAS
Era de misa diaria, místico sin estridencias, preparaba las procesiones de Semana Santa, año tras año. Educado, ensimismado en su mismidad, de esos que por no ofender no hablan. Invisible.
Físicamente la antítesis de la virilidad, encorvado y blanquecino. Si algo merecía la pena de destacar eran sus manos: primorosas, blancas, femeninas, de largos dedos, lentas y amorosamente cuidadas.
En casa correcto padre de familia sin llegar jamás a levantar la voz. Controlaba los asuntos familiares, con la mirada, estricto en los horarios de llegada de los hijos al hogar.
En el trabajo era un ratón de botica, el primer mancebo, trabajador fiel, que tomaba como propio los asuntos de la farmacia, no reparaba en horarios ni guardias, siempre dispuesto y servicial.
Aquella mañana cuando abrió la botica, nada hacía presagiar lo que ese día le depararía. Se levantó a primera hora e hizo sus oraciones, meticuloso hasta la extenuación, siguió minucioso con el vestido, aseo y desayuno, todo como una plegaria. Pulcro y discreto se dirigió a la farmacia. Todo discurría con total normalidad. A última hora, el Sr. Elías estaba en la rebotica recogiendo unos encargos cuando entraron dos jóvenes. El Sr. Elías oyó el grito y salió desconcertado, la escena era cinematográfica, uno de los jóvenes había cogido a una de las dependientas y sujetándola le apuntaban con una navaja en el cuello. El Sr. Elías no reaccionaba, solo acertaba a exclamar:
- ¿que pasa?, que pasa?…
- que nos des toda la morfina que tengas o le rajo el cuello - decía uno de los jóvenes con evidente Síndrome de Abstinencia.
- - tranquilos, tranquilos que ahora la traigo…
Entró raudo a la estancia tras la cortina y salió con toda la morfina que había en la farmacia. Observó que el ambiente estaba un poco más tranquilo.
Fue a entregárselo y el rufián le dijo:
- Trae aquí viejo asqueroso- dándole un empujón.
Algo dentro del buen hombre explotó, y sin mediar palabra, se enfrentó al joven delincuente toxicómano, dándole unos puñetazos y empujones con gran violencia. El espectáculo era inverosímil, las dependientas asustadísimas, no daban crédito a lo que veían, y a pecho descubierto, el misicas del Sr. Elías, expulsó de la botica a ambos, que por supuesto huyeron despavoridos sin las medicinas.
Cuando se marcharon, el Sr. Elías, cogió el teléfono y llamó a la policía. Acto seguido se sentó en una silla, las chicas le trajeron un vaso de agua, porque la tez blanquecina se tornó transparente.
Una vez pasado el susto, y cuando se corrió el chascarrillo por la ciudad, la gente no daba crédito a lo sucedido ¿Que el Sr. Elías se enfrento a dos toxicómanos en estado de ansiedad y los echó de la farmacia?, ¡Si no lo veo no lo creo…! ¿Ése santo varón???
La incredulidad era generalizada.
El farmacéutico y dueño de la botica, le preguntó porque lo había hecho, si no era lo convenido, el protocolo informaba que había que entregarles las drogas solicitadas y posteriormente llamar a la policía… sin riesgos. Incrédulo y admirado de los hechos, le preguntó el por qué se había opuesto tan valientemente…
El Sr. Elías, decía:
- no lo sé, no lo sé, pero esa falta de educación y respeto no la pude soportar y… reaccioné de esa manera… lo siento mucho, lo siento mucho, repetía.
- Nada, hombre, nada, y le dio un abrazo de profunda admiración.
En los días siguientes, toda la clientela le daba la enhorabuena, y el Sr Elías, tímidamente respondía “gracias, gracias”, y volvía a su faena, no le gustaban esas efusiones ni fomentar el cotilleo.
Desde entonces, en esa ciudad, paradójicamente, a aquel hombre pálido y desvencijado se le llama SUPERMAN, y, no sin razón, pues los hombres de verdad, los que se visten por los pies, lo demuestran en las ocasiones.
Hay un refrán aragonés, un poco bruto y raso, pero rotundo como nuestra tierra, que dice a este respecto:
“el dinero y los cojones… pa las ocasiones “
¡¡¡QUE GRAN VERDAD!!!!
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