Nube de plumas
Doña Celina despertó aquella noche con un escándalo mayúsculo proveniente de la pajarera del patio. Adosada a la pared del fondo, había construido un espacio rectangular con pequeñas jaulas, divididas y protegidas por una tela metálica divididas en pequeños cubículos donde convivian palomas, tórtolas y unos periquitos de plumas multicolores que inundaban la casa de cantos risueños.
Sin pensarlo dos veces saltó de su cama y se dirigió presurosa a la terraza posterior, desde donde podría ver con relativa seguridad qué animal -no podía ser otra cosa- había alborotado sus adoradas aves a esas horas de la noche.
Desde la densa oscuridad que reinaba en el espacio, entreabrió una persiana y observó como un jovenzuelo de unos 14 años luchaba por atrapar los pájaros despues de abierto las portezuelas individuales. Estos volaban en su estrecho espacio, tratando de no dejarse atrapar por sus manos, mientras se movían por el aire dejando una nube de plumas.
-¡Ah, ladrón!, ¿Qué haces? -le gritó la buena señora.
El muchacho quedó paralizado ante la inesperada voz. Con dos palomas que se agitaban en sus manos salió corriendo, dirigiéndose a la barda lateral para saltar la pared por donde había entrado. Cuando cruzó frente a la mujer trató de ocultar su rostro tras el hombro, pero ella lo identificó:
-¡Te conozco, eres el hijo de Simeón!
Los ojos del muchacho la miraron de soslayo, atinando a decir:
-¡Usted no me conoce! ¡No me conoce!
Y con una habilidad increíble escarpó la verja y saltó al exterior dejando los pájaros alborotados, la mayoría volando hacia su libertad.
Unas semanas después, doña Celina creyó reconocer al el hijo de Simeón, quien caminaba llevando una cotorra en los manos, la que ofrecía a la venta a los transeùntes:
-Por lo visto, te encantan las plumas –le dijo con ironía-. Dile a tu papá que vaya por mi casa a recortar el jardín, para que hablemos.
El muchacho clavó sus pequeños ojos en la señora, abrazó con fuerza la cotorra y mientras se alejaba a toda prisa, le respondió:
-Mi papá no es Simeón. No sabe de jardines y usted nunca me ha visto ¡Usted no me conoce!
Alberto Vásquez.
|