Una espada de luz atraviesa las lamas de la persiana de la habitación y se detiene en tu cara.
Ilumina tu rostro sanguinolento, amoratado por los golpes.
El gesto congestionado refleja tu miedo.
Las lágrimas corren por tus mejillas y se desparraman en la almohada,dejando una mancha de dolor, rabia y tristeza.
Los músculos de la cara tensos, los labios, cortados, mudos y apretados, ascuas incandescentes a la luz de la luna.
Arrinconada en la cama en posición fetal, como muñeca de trapo rota, oyes el estruendo del tic-tac del despertador, tambor sin cuerdas, que acompaña al reo al cadalso.
Miras las manecillas del reloj, su avance inexorable.
Pronto será la hora, como cada día, de preparar el desayuno del monstruo.
Como siempre y como si nada hubiera pasado, él te hablará dulcemente, te dirá que le perdones, que nunca más volverá a pegarte, que cuando bebe no controla…
Abres tu mano dolorida y en tu rostro se dibuja una brecha de luz, una sonrisa, con la sangre seca en tus encías.
Miras una ampolla depositada en ella.
En la etiqueta amarillenta se lee, NaCN, Cianuro de Sodio.
Solo falta una hora para preparar el desayuno al monstruo que duerme a tu lado.
Vuelves a sonreír.
Nunca más. |