Mientras camino por mi antiguo barrio casi al concluir la tarde, vi a un grupo de niños jugando y recordé a ese personaje inolvidable de mi infancia: “La Canuta”, solíamos llamarla así porque a mi hermana mayor se le ocurrió. Era una señora que pasaría el medio siglo, delgada, espigada, trigueña y enjuta. Vestía a la usanza de épocas pasadas, tal vez de los años ´60 ó que se yo, con el trajecito tipo sastre, un sombrerito perfectamente calzado ni más ni menos. Con una mirada fiera, fría, sin mirar a nadie cuando caminada. Siempre iba acompañada de una joven regordeta y sonrosada, de trenzas rubias; con vestido blanco con bobos de encaje y zapatos blancos, sus ojos eran color miel pero parecían estar en el limbo. Presumíamos que serían madre e hija. Las veíamos cruzar por nuestra calle en la tarde o en la misa de domingo con sus rosarios en la mano. No sabíamos sus nombres ni donde vivían solo las veíamos pasar cada tarde mientras jugábamos y sus atuendos nos llenaban de curiosidad.
Alguna vez oí lanzar groserías a “La Canuta” con su vozarrón ronco, cuando algún pícaro osaba piropear a la joven, además le clavaba su mirada de fuego cuando entrecerraba sus ojos negros y al mismo tiempo gesticulaba con sus manos. Eso asustaba.
Cerca a la hora de su llegada, gritábamos: ¡Ahí viene! ¡La Canuta, ahí viene! Y desde nuestros escondites, en silencio las mirábamos pasar por nuestra calle pues nadie quería escuchar la voz de “La Canuta”, al estimar que no reconocería nuestras voces les gritábamos y nos escabullíamos detrás de los molles por si volvía. Cada tarde era el mismo espectáculo.
Mamá decía que la joven estaba enferma por ello no andaba sola, que “La Canuta” era viuda y había enloquecido. Al pasar los años fuimos creciendo, ella fue pausando su andar, envejecía pero la joven parecía mantener su lozanía. Luego de un tiempo ya no las vimos más, han pasado casi tres décadas, ahora me pregunto que habrá sido de ellas y si hoy seré un personaje de otros niños.
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