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Violencia intrafamiliar.

Los gritos de los niños te tienen los nervios de punta. El más grande es el único que no está llorando. El que te tienes más inquieta es el que sostiene en tus brazos. El que aún amamantas. Mas esto no es suficiente para calmar su apetito. Le colocas el seno en la boca. No es suficiente y comienzas de nuevo a gritar. Ahora el mediano lo acompaña en los gritos. Es un infierno. Y tú apenas ha comido un poco de comida que te regalaron, por ende, no tienes fuerzas para soportarlo.

Despega al bebé del seno y al mismo tiempo lanzas un grito de desesperación enorme.

- ¡Cállense!

Por unos segundos reina el silencio pero no llegas a apear un pie de la cama cuando comienzan los gritos con mayor intensidad.

El vecino de al lado te vocea que calles a los niños, pero te haces la desentendida. Como si no viviera más nadie en la pensión, sólo tú y tus niños.

Mas no quieres causar muchos ruidos en la pensión pues deben dos semanas de la habitación. Decides prepararles agua de azúcar a los niños para calmarle el apetito.

Le cruzas por encimas al más grande que se encuentra acostado en un colchoncito en el suelo.

Coges el agua del bebé y echas un poco en un jarro. Tres cucharadas de azúcar para que quede bien dulce.

Le echas el agua de azúcar al biberón del mediano y al del pequeño.

Le pasas el biberón al de dos años y al pequeño le colocas el de él en la boca. Se han calmados los gritos.



Escuchas un sonido de motor parecido al de Miguel. Abres la puerta de la habitación para que no tenga que tocar. De seguro éste te traes algo para cenar y la leche de los niños.

Efectivamente, es Miguel que ha llegado. Empuja la puerta y entra. Este se quita el chaleco de motoconcho y lo coloca encima de la mesita que tienen.

Te quedas sin habla pues ha visto que no ha traído nada, más que un olor a ron.

- Entonces… No le trajiste la leche a los niños. ¡Dime!

- Muchacha… Ni 50 peso hice.

- Aja! Y ese olor a ron ¡Dime!, no me diga que te lo dieron.

- Muchacha… ¿Cuál olor a ron? Tú te estas poniendo loca.

- Loca…buen maricón. Loca es el hambre que tengo. Me dejas sin comida y sin leche. Y llegas como si nada. Con tú carita muy linda. Buen azaroso. A que fue a jugar en las maquinitas que te pusiste. Maldito… Y no pensaste en tus hijos y en tu mujer. ¡Verdad que no!

- Oye, oye... ¡Está bueno ya! Mejor cállate y acuéstate.

Al terminar de decir Miguel esto, el hambre, la desesperación y la violencia de tus circunstancias te hacen perder los estribos y le brincas encima. Lo aruñas, lo intentas morder. Sí, quieres desaparecerlo.

Pero tu fuerza no es suficiente y Miguel te repele a golpe. Hasta el extremo de dejarte casi inconsciente.

Desde el suelo donde te encuentras lo ve abrir la puerta y marcharse.

Mientras te golpeaba no escuchabas los gritos de los niños. Pero ahora, tendida en el suelo, los escuchas. Y, desde luego, también escuchas al vecino decir.

- Se están matando otra vez.


Texto agregado el 06-04-2016, y leído por 61 visitantes. (0 votos)


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