No. No quiero saber nada de ese amor precoz que tuve en mi adolescencia. Fue como pasar por un camino que no te lleva a ninguna parte, como un espiral. No sé el porqué me lo vuelven a mencionar, luego de varios años de tratar de salir de ese asunto.
Quiero gritar, llorar, correr, destrozar. Quiero hacer cualquier cosa con tal de olvidar ese frustrado amor, en la que mi inocencia era la clave para destrozarme completamente. Todos creen que fue un amor infantil, pero nadie sabe lo que tuve que sufrir cuando los dos quisimos experimentar el amor como lo hacen los adultos. Nunca mencioné ese tema, porque me produce dolor y frustración. Ya no quiero que me hablen sobre lo que marcó mi destino. Así que trataré de hablar de otra cosa.
¡Rayos! En lo único que se me ocurre hablar es de espirales. Me llama la atención que esos dibujos puedan jugar con los ojos, haciéndonos creer que caemos en una especie de pozo en la que tiene líneas en las paredes. Otras veces, si el espiral tiene muchas líneas, me da la impresión de que se mueven, aunque el dibujo está estático.
En el preescolar nos enseñaron a dibujar espirales para hacer el caparazón del caracol. Esos diminutos y lentos animales también tienen un caparazón de forma de espiral, no se el porqué, pero así es. Cuando tuve diez años, me hicieron los agujeritos de las orejas, porque me regalaron unos aros que tenían forma de espiral. Eran de metal, preciosos y brillantes. Y días después, ese chico me dijo que mis aros eran extraños y ahí empezamos a conocernos.
Ya otra vez hablé de lo que ni yo misma quiero hablar. Pero como no puedo evitar ese tema, entonces explicaré el porqué me hace sufrir ese amor que tuve precozmente.
Solo tenía once años cuando empezamos a ser novios. Íbamos al cine, al shopping, a pasear por la calle... todo lo que una pareja suele hacer. Pero él quería hacer algo más, solo que no se animaba a decirlo.
Cuando cumplí los doce años, pasamos como seis meses de que empezamos a salir. Ese día, él me habló de experimentar el amor como si fuésemos adultos. Yo, como era inocente y tonta, acepté y le pregunté para cuándo. Él acordó llevarme a su casa el fin de semana, dado que sus padres no estarían ahí para vigilarnos.
Y cuando llegó el fin de semana, me fui a su casa.
En su cuarto, él me confesó que estaba bastante nervioso y que no estaba seguro de que si lo haríamos bien. Yo le tranquilicé diciéndole que lo haríamos bien, pero que antes deberíamos estar seguros de si era o no el momento.
Él se sacó la remera y me ayudó a desprenderme la camisa que tenía puesta. Luego, le desprendí lentamente los botones de su vaquero, viendo así, por primera vez, sus piernas de niño que estaban por convertirse en hombre. Él también hizo lo mismo con mi pollera y noté cómo su mano temblaba un poco al bajar el cierre. Ya los dos, en ropa interior, nos acostamos en la cama y nos abrazamos.
No me acuerdo cuánto tiempo había pasado, pero me pareció una eternidad de dolor y molestia. Algo me decía que todavía no nos llegó la hora, pero ya no nos podíamos detener.
Cuando terminamos, vi que había un poco de sangre en mi cama. Él no se enojó por eso, sino que se sintió satisfecho y feliz, signo de que había logrado su objetivo.
Cuando llegué a mi casa, me encerré en mi pieza y no salí de ahí durante todo el día. Quería que solo fuese una pesadilla, pero por más que intentaba sacarlo de mi mente, no podía. Volvía a mis recuerdos como un espiral siempre vuelve al centro, sin poder salir de su estancamiento.
Pasada las semanas, nos empezamos a distanciarnos. El amor se acabó. No sé para él, pero para mí se acabó cuando tuvimos ese amor precoz, que recién debí haberlo tenido en la adultez.
Y ahora, que soy grande y creí haberlo olvidado por completo, mis padres y amistades me vuelven a hablar de ese novio, aquel fulano de tal que siempre me llevaba a todas partes y demostraba lo mucho que me quería. Yo solo asumo con la cabeza, en silencio. Pero en el fondo me duele tanto que siento que mi corazón estallará. Me duele tanto saber cómo, por más que intenté salir de un espiral, volví por el mismo camino y llegué hasta ese punto que me ahoga, me mata, me ultraja toda mi alma y su esencia.
Y así como sigue las vueltas del espiral, yo así le veré algún día, en alguna etapa de mi vida.
Juro que si me vuelvo a encontrar con él, le echaré en cara la inocencia que tanto valoraba y cómo la destruyó, todo lo que me hizo sufrir y todo lo que me ignoró, con el temor de que resulte embarazada de esa primera experiencia que tuvimos los dos, pero que fue una suerte que no me quedara en cinta. Pero, a pesar de eso, me quedó un trauma de por vida. De no conseguir otro novio, por temor a volver a sufrir la misma experiencia como si fuese un espiral. |