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Tandil, Jueves 5-8-2004 Marcelo Julián Municoy


Muertos

Me dejaste tendido como un mar sin nombre, como un remolino de viento y polvo. Ciego de preguntas que no hallarán respuestas. Me dejaste seco de tanto hacerte lágrimas. De tanto no encontrarte me dejaste perdido entre las tumbas viejas, entre los nichos, entre los olores de flores pasadas, secas, muertas; y aunque ahí leo tu nombre, y aunque aquí veo tu mueca, todo sé que se pudre, sé que todo ya apesta. Dónde quedó el sonido de tu risa despierta, dónde están tus colores, dónde dormís tu siesta; dime, abuelo, qué han hecho con toda la historia nuestra, con todo el sol que tuvimos, con toda esa lluvia fresca.

Camino entre las tumbas. El sol se apaga, se acuesta. Percibo a lo lejos, lejos, unas sombras que se acercan. Siento, a ratos, tumultos de gentes que se alejan y un ruidillo de chillonas bisagras y de pesadas rejas. Y las sombras que producen los árboles, por momentos, se asemejan a monstruos o fantasmas o zombies que se despiertan al apagarse el día, al entreabrirse la noche siniestra; y yo…solitario y perdido entre toda esta gente muerta, arrastro de un lado a otro mis pesares, mis tristezas y preguntas sin respuestas; y vos, abuelo, ahí adentro con un candado a la puerta; y yo afuera esperando y en el cielo miríadas de estrellas brillando y en la faz del cementerio la quietud total y el sonido del silencio que me aterra. Dónde han puesto tus recuerdos, quién escondió tu ciencia, dónde están tus sensaciones, qué han hecho con tu inteligencia, a cuál lejano, extraño e inalcanzable sitio se han llevado tu luz, tu esencia… Dime, abuelo, por favor, que no todo es vil materia, que más allá hay un lugar donde encontrarnos de vuelta para volver a escuchar los sonidos de la siesta, la lluvia que cae lenta, y poder ver otra vez los pequeños farolillos de las pequeñas luciérnagas. Dime, abuelo, que no estás solo, que allí nuestra gente nos espera, que allá hay un Dios que es muy bueno, que existe una verdad eterna, que no es en vano que viva, que hay algo más que esta triste tierra.
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Camino hacia la entrada. El cuidador ha cerrado las pesadas rejas. Se ha ido, tal vez, cantando entre dientes, rumbo a su casa despierta.
Me encuentro así, de pronto, en medio de cientos de miles de desconocidas personas muertas. Un par de murciélagos revolotean sobre mi cabeza. La luna asoma a un costado. Allá, al otro lado de los altos muros y de las infranqueables rejas, las luces y los ruidos de mi ciudad de Las Flores, que me espera. Salto los paredones sin mirar hacia atrás y camino hacia la vida. Tíos y primos me esperan. Vuelvo otra vez a poner mis pies sobre la tierra.



Texto agregado el 11-09-2004, y leído por 163 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-11-2004 me gusto mucho los dos contrastes anibalezequielesc
 
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