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Inicio / Cuenteros Locales / Arenyndriel / El hombre delos pantalones raídos (primera parte)

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Cuando desperté pensé que estaba muerta. No sentía los brazos ni las piernas y me faltaba el aire. Pasé unos minutos en ese estado antes de darme cuenta de que aún vivía. Para cuando me volví a sentir con vida, ya tenía ganas de salir de ahí. Me levante y empecé a caminar por el bosque mientras trataba de localizar la vereda, el camino que me ayudaría a escapar del sitio. Sin embargo, la suerte ni parecía estar de mi lado, pues en lugar de encontrar mi objetivo, me adentraba más en el bosque. Me arrepentí de haber entrado a ese punto en particular que, aunque notablemente hermoso, circulaban incalculables leyendas de índole temible y era evitado por todos los del pueblo. Desconocía la razón que me llevó a adentrarme en un inicio al bosque y cómo fui a caer en esa confusa fase inicial, pues en ese instante lo único que me importaba era irme y retornar a mi hogar. Estaba al borde de la desesperación cuando, de pronto, divisé entre los árboles a un anciano. Me quedé extrañada por la presencia de aquél hombre y este, luego de mirarme un poco, me pidió a señas que me acercara. Al hacerlo, advertí que traía unos pantalones raídos y una camisa ennegrecida por el polvo y el lodo. Ya a centímetros de él, me dijo:
-Usted está perdida, ¿verdad?
-Sí, le contesté.
-Muchos están perdidos en este lugar, pero nadie quiere estar aquí. No entiendo por qué la gente ya no se acerca a este lugar, pues que yo sepa no cae sobre él ningún hechizo o maldición, digan lo que digan los mal intencionados.
-¿Vive aquí?- le pregunté con curiosidad.
-No sé qué contestarle, pues no conozco bien la respuesta.
-¿No sabe la respuesta?-inquirí impresionada.
-No precisamente, es sólo que la respuesta no está del todo definida. Antes vivía aquí, ahora no, pero habito en este sitio desde hace tiempo y pienso continuar por mucho más de lo que cualquiera esperaría…
-No lo entiendo-comenté confundida
-Es lógico que no lo comprenda. Es un asunto muy difícil de explicar…

El hombre era extraño e intrigante. A simple vista parecía tener unos sesenta o setenta año que, de compartir parentesco conmigo, sería mi abuelo o inclusive mi bisabuelo. Empero, había algo en su ser que sugería algo fuera de lo común, a pesar de que no me inspiraba en lo absoluto desconfianza o miedo. Desde luego que pretendí cuestionarle sobre dónde quedaría la vereda, pero el hombre, como si leyera mi pensamiento, exclamó:
-Yo no le puedo decir la ubicación de la vereda, sólo puedo decirle lo que pienso.
-¡Pero necesito volver a mi casa y para ello debo encontrarla!- reclamé angustiada- ¿Por qué no quiere ayudarme?
-Quiero hacerlo, pues veo que usted es buena persona; sólo quiero que me escuche aunque sea un rato, ya que si lo hace, me ayudaría también a mí.

Pensé que debía oírlo. La voz y el tono tan melancólico de sus palabras lograron conmoverme. Sentía que había permanecido en soledad largos y agobiantes años, y que ésta lo había afectado bastante. Además, mi desesperación se había aminorado al suponer que lo que el anciano habría de comunicarme no tomaría mucho tiempo y que quizás habría de aprender cosas fascinantes antes de recibir la preciada información sobre la localización de la vereda. Por todo lo anterior, decidí quedarme a escucharlo:
-Está bien, ¿Qué es lo que piensa?
El viejo sonrió y comenzó:
-He meditado sobre lo poco que se aprecia a los bosques últimamente. Mucha gente sólo viene a estos lugares a cortar árboles ya destruir el entorno. Antes había gente que protegía estos parajes maravillosos y juraban por su vida cuidar a la naturaleza que residiera dentro delos ambientes silvestres, ¡y vaya que lo cumplían! Pues muchos en verdad murieron custodiando los bosques que tanto amaban, y no exagero al contarle esto.
Advertí nostalgia en sus ojos, mas no una nostalgia común, sino una que se obtiene al recordar algo en verdad remoto, acaecido hacía tanto que nadie lo rememoraba. Volví a calcular la edad de mi peculiar interlocutor y me percaté de que era aún más viejo de lo que en un principio imaginé. Supuse que dicha nostalgia se debería a que se refería a un tema que no le fue ajeno en una época de su larga existencia, así que lo cuestioné al respecto:
-Habla usted como si supiera mucho de ese asunto, ¿De casualidad era una de esas personas que cuidaban los bosques?
Los ojos se le iluminaron, como si de súbito algún recuerdo precioso que no había sido evocado en largo tiempo, pero que había sido también infatigablemente buscado en la memoria para rescatarlo del cruel olvido. Los labios del hombre se curvaron en una leve pero sincera y significativa sonrisa que confirmaron mi idea. Luego de ello, el hombre me miró de nuevo y respondió:
-Sí, y me siento orgulloso de haberlo sido; todavía lo soy. Este bosque lo cuidaba junto con otros seis leales compañeros y conformábamos una pequeña parte de una noble hermandad denominada “Los Guardianes Verdes”, y yo me sentía plenamente dichoso siéndolo y presumiéndolo. En aquél lejano pero fantástico entonces, éramos muy respetados por los demás, ya que la gente admiraba y alababa nuestra labor. Pero lo mejor de todo era que tenía la plena convicción de que los bosques y cualquier cosa viviente dentro de ellos podían sentirse seguros, pues nadie se atrevía a mancillarlos en nuestra presencia.

Texto agregado el 05-04-2016, y leído por 94 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
06-04-2016 Interesante... Muchas gracias. Lyndsay
 
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