En sus clases de baile, Descerebrada había tocado a hombres que parecían caballeros de armadura, rígidos por fuera, pero en el fondo dulces. También algunos que le recordaban peluches; acogedores en el exterior y dudosos por dentro. Otros parecían más bien globos, tirantes en la superficie y de interior insustancial y también existían los que se vestían de brisa de primavera y la hacían sentirse bailando a solas. Entre todos ellos, sobresalía un hombre de Nutella. Él se sentía cálido y espeso y a Descerebrada le era difícil discernir el límite entre ambos al abrazarlo.
Descerebrada se preguntaba si acaso él sería percibido así por todas las mujeres del lugar, si coincidirían también en su percepción de los otros, o si todo su imaginario no pasaba de ser reflejo de la afinidad de dos cuerpos.
Al fantasear, se imaginaba que él la acariciaba dejando pequeñas partículas de sí sobre su piel y siempre la miraba a los ojos. Tardó en notarlo, pero lo que más le gustaba de él era que carecía de miedo.
Habría más hombres de Nutella por el mundo? Porque tristemente para Descerebrada, éste no caminaba solo.