-Cuida bien a mi pequeño Flaffy, ¿si?
-Si señora.
-Excelente. Flaffy, pórtate bien, ¿si?
La pequeña chihuahua ladró.
-¡Oh, eres una ternurita!
La anciana besó a la perrita en su nariz varias veces. Le puso su collar y se lo entregó a Henry, un entrenador de perros que, aunque su profesión era la de entrenarlos, se dedicaba a pasearlos.
Henry tomó su lazo y lo puso en su mano derecha, donde además tenía un gran danés y un pastor alemán. En su izquierda había un salchicha y un pitbull.
Comenzó el paseo. Caminaba por la acera. Le costaba mucho mantenerlos controlados. Se detenían a cada momento, se orinaban en todos los postes, le ladraban a otros perros, excretaban sin avisar… era muy difícil.
Luego de quince minutos llegaron al parque. Aquí los perros eran libres de hacer lo que quisieran. El los soltó y corrieron como locos. Se olfateaban, jugaban y se revolcaban en la hierba. El se sentó en un banco para mirarlos. Sonreía al ver como se divertían. El gran danés se le acercó con una rama. La puso a sus pies.
-¿Quieres jugar?
El perro ladró y comenzó a saltar.
-De acuerdo, ¡ve por ella!
El perro corrió hasta donde cayó la rama. Regresó y la colocó a sus pies.
-¿Otra vez?
El perro movió la cola y se sentó. Henry fue a una esquina del parque y el perro lo siguió. Tiró la rama y el perro fue tras ella. Sonrió. Miró hacia donde la había lanzado. Notó algo raro. Una mujer con una mantelina blanca cubría su rostro. Debía ser una prostituta. Como siempre iba al parque a pasear a los perros y por ese lugar abundan las prostitutas, el se había memorizado sus rostros. Pero esta era diferente. Era la primera vez que la veía. Además, las prostitutas de ese lugar no se tapaban con mantelinas.
Unos segundos después apareció un hombre con saco. Se acercó a la prostituta, le levantó parte de la mantelina que tapaba su boca y le dio un beso. El se sorprendió. Ese hombre era Mauricio, médico y su mejor amigo. Los siguió observando. Mauricio le tomó la mano a la “prostituta” y se alejaron. Sintió algo en sus pies. Miró abajo. Era el pastor alemán que movía la cola y transpiraba por su lengua. El se agachó y lo acarició en la cabeza.
Siguió en le parque por una hora más. Esperaba volver a esa “nueva prostituta”, pero no volvió a aparecer. Llamó a los perros. Era tiempo de volver a casa. Con paciencia, devolvió cada perro encomendado. Desde el chihuahua de la anciana, hasta el pastor alemán del ejercito. Regresó a casa exhausto. Tanto así que al solo llegar se acostó en el sofá. Su esposa, una bailarina célebre, salió de la cocina a verlo. El la miró un poco extrañado. Ella respiraba agitada y estaba sudando. Vestía un camisón rosado.
-¿Te pasa algo? Te noto sudando.
-Es el calor.
-De acuerdo. Oye, pasó algo interesante hoy en el parque.
-¿Qué pasó?
-¿Recuerdas a mi amigo Mauricio? Pues hoy lo vi con una prostituta en el parque.
La actitud de su esposa cambió. Lo miraba seriamente.
-¿Cómo era la prostituta? ¿La lograste reconocer?
-No, solo te puedo decir que se tapaba la cara con una mantelina blanca.
Su esposa oía todo con gran atención.
-Entonces… ¿no la reconociste?
-No.
Henry notó que su esposa empezaba a dejar su seriedad.
-¿Por qué te interesa tanto?
-¿Importarme? ¿A quién le importa? ¡A mí no!
-Si tú lo dices…
-Iré al cuarto.
-Ok. Te amo.
Su esposa no respondió. Corrió por las escaleras y subió al cuarto. El se admiró un poco. Cuando llegó, leyó la nota que había sobre la cama:
“Me divertí mucho contigo. Nos vemos mañana a las ocho en el parque”.
Atentamente Mauricio.
Dobló la nota y la puso en lo más profundo de su gaveta. Sobre ella colocó una mantelina blanca.
Nota: Con este cuento participe en el concurso tres personajes ne busca de narrador del año pasado. |