REGRESO A CASA
Mejor no haberme ido. Pero como cuentan quienes saben de eso, todos los retornos son interesantes, algo dejan, la felicidad del reencuentro con los seres amados, con amigos a los que se les ha extrañado y con aquel amor consumado una noche antes de la partida para encontrarlo atado a otros intereses.
Servir a la patria fue motivo suficiente para alejarme lleno de orgullo, de patriotismo y de un valor mal entendido, porque ir con la intención de matar o morir no habla nada bien de la condición humana. Son justificaciones falaces, argumentos amañados utilizados por los poderosos para embaucar a los tontos como yo.
Sea como fuere, me alejé de mi tierra, de los míos, para ir a otras latitudes a pelear por conceptos tramposos ahora de escasa credibilidad, los cuales en el campo de batalla son mierda cagada por la humanidad, libertad, patria, honor, felicidad, nada son cuando tienes a otro ser enajenado enfrente con la misma necesidad de matar.
Al principio todo iba bien, la vida en la milicia lejos del campo de batalla es relativamente cómoda, de férrea disciplina, con horarios y conductas inflexibles, pero aparte de eso se puede decir es una vida laxa, en donde no se le priva a los reclutas prácticamente de nada: mujeres, amor y sexo incluido, al antojo de cada cual, hasta quienes tienen preferencias especiales consiguen lo que deseen en este rubro. Droga y licor a la disposición de cualquier vicioso de acuerdo al volumen de su cartera.
Para mí el problema empezó durante el traslado en avión hasta la otra parte del mundo donde se desarrollaba una guerra por causas que nunca entendí. Una gran ansiedad se apoderó de mi cuerpo y mente. A poco tiempo de haberse iniciado el viaje tuve un ataque de pánico, precedido de sensación de falta de aire, sudoración, latidos acelerados, falta de aliento o hiperventilación, temblores en las extremidades y sensación de tener pavor sin saber a qué. Después de ser atendido por el servicio médico del batallón, recobré la calma en medio de miradas de reproche y otras de burla de mis compañeros. La mayoría, me parece, pensaba en lo mío como un ataque de cobardía ante la proximidad del combate. No te preocupes, me dijo el doctor quien me ayudó a superar la crisis, solo es parte del “síndrome del recluta”.
¡Por supuesto lo superé! En el fragor de la batalla fui un león, un combatiente ejemplar, todo el miedo anidado en mi alma lo trasformaba en una fiereza suicida, maté a muchos, incluso camaradas quienes cayeron abatidos por la metralla que a ojos cerrados abanicaba sin ton ni son durante el avance sobre posiciones enemigas. Herí a muchos más, cercené brazos y piernas a otros tantos sin un atisbo de piedad. Lo tragicómico del asunto fue haber recibido condecoraciones por ello. ¡Ah la guerra!, transforma para mal la condición humana de los hombres quienes participamos en ella.
Pero finalmente estoy de regreso en casa y entre los míos, el vehículo que me transporta aminoró su marcha, desde aquí escucho la banda escolar, los aplausos y vítores... Estamos llegando al auditorio del pueblo donde me recibirán con todos los honores como hijo predilecto, entre fanfarrias y hasta cañonazos de salva. ¡Salve patria, sigues siendo libre para presenciar estas faramallas!
Ya escucho el llanto de mi madre y los sollozos de mi amada ahora esposa ajena quien lleva de la mano a esa creatura que con ojos de asombro presencia la bienvenida del “tío” a quien han proclamado héroe. Pienso en mi padre, el cabo Luka, quien se ganó sus blasones sin abandonar nunca el cuartel militar, una escoba y una franela fueron parte de su armamento diario para realizar las tareas de cada día. Seguramente estaría muy orgulloso de su hijo y me recibiría solemne con el saludo militar. ¡Atenciooon! ¡El coronel Luka Jr. Presente!
Una energía superior me empuja a ir hacia los brazos de mi madre para estrecharla después de largos años de ausencia y llorar también junto a ella… Pero no me es posible, mi cuerpo permanece inmóvil en el estrecho espacio de este ataúd y bajo el peso de las condecoraciones que adornan mi uniforme de gala y de esas barras y estrellas quienes cobijaron mis actos de barbarie.
Pero finalmente ¡Soy libre de todos mis miedos!, aquella bala cuando perforó el casco y mi cerebro me dio la ansiada libertad que masacrando al prójimo buscaba.
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