La noche era apacible, típica de las de comienzo de otoño, se encontraba en la cama, pronta a dormirse, al otro día debía madrugar.
La luz y la vibración del celular la sacaron de su entresueño. Antes que comenzara a sonar leyó el mensaje, era el saludo de alguien con el que alguna vez había intercambiado algunas palabras.
La conversación inicial fue del común, preguntas sobre su estado, los últimos acontecimientos y las novedades ocurridas desde su última charla.
De pronto él se interesó en saber si estaba en pareja, la respuesta fue amplia y no del todo concreta,
- No, ahora necesito más un amigo, un compañero que un marido, siempre que nos quisiéramos. No me importaría no tener sexo, si hay un entendimiento.
Del otro lado pareció haber un momento de duda, la respuesta se demoró más de lo habitual, hasta que finalmente llegó, informando que por una cuestión de conferencias estaba en su misma ciudad, que recién se había desocupado y que le gustaría verla, aunque reconocía que era tarde, pero igual insistía en verse e invitarla a tomar algo.
Miró la hora, pensó en cuanto le quedaba de sueño hasta que tendría que despertarse, el tiempo en que tardaría en vestirse, arreglarse y salir, y finalmente decidió que lo más conveniente era invitarlo a que concurriera a su departamento.
Le envió la invitación y con cierta picardía y tal vez doble intención – Yo también tengo ganas de saber de ti y charlar un ratito a solas, besos de chocolate y menta. Me besarías?
- Con todo el cuerpo y en todo el cuerpo, fue la respuesta.
Mientras se levantaba se quitó el camisón de seda, lo arrojó sobre la cama, se puso una bata, y fue a preparar un té con canela y naranja, aguardando a que llegara.
No llegó a terminarlo, cuando sintió la chicharra del portero anunciando su arribo, bajó, le abrió la puerta, se saludaron con un beso suave en las mejillas, allí la invadió un perfume amaderado e intenso y le permitió pasar.
Preparó café mientras lo invitaba a que eligiera alguna música de su colección de CD, se abstuvo de hacerle alguna recomendación, aunque estuvo tentada de sugerirle Miguel Bosé o Chico Buarque.
Compartieron el café poniéndose al día sobre sus novedades, él le contó que estaría unos días dando unas charlas sobre un tema al que no le prestó mucha atención, rieron sobre algunas ocurrencias mutuas, y de pronto se encontraron conversando sobre sus vidas solitarias.
El tiempo pasaba y él pareció darse cuenta de pronto, miró su reloj y le dijo – Es tarde…. Que te gustaría hacer?
- Dormir con un hombre en posición de cucharilla, con camisón de seda y perfume – fue su respuesta.
Esta vez el beso fue profundo y prolongado, sintiendo sus manos alrededor de su rostro, sintió como la alzaba con suavidad y como su cintura iba siendo rodeada y empujada hacia él.
Instantes después, la bata que la cubría yacía en el piso de la habitación, sus cuerpos tendidos sobre la cama arrugaban el camisón de seda que ella se quitara.
Sintió su espalda apoyada en su pecho y sus manos sobre los hombros masajeándola suavemente y bajando. Sentir su calor y su respiración, su aroma y su hombría le provocó estremecimientos en la piel. Esas manos conocían sus puntos sensibles como si fuera de toda la vida, y los labios se detenían en lugares precisos, estimulando puntos que creía olvidados.
No hubo espacio que no fuera recorrido y bendecido, ella le dejó hacer hasta que se sintió empapada y abandonada a sus avideces, entonces lo volteó de espaldas, le besó la frente, la boca, el pecho, el cuello y mientras dejaba que sus cabellos le cosquillearan la cara, continuó bajando por ese cuerpo que tanto placer le había dado.
En cuclillas, sobré él se entrego al más fantástico acompañamiento que en mucho tiempo hubo sentido.
Recuperado el aliento y la calma, llenaron el jacuzzi y ambos se introdujeron en él, el agua borboteaba y la espuma iba cubriendo sus cuerpos mientras el vapor empañaba las ventanas, le lavó el cabello y lo abrazó con sus piernas, masajeando cada centímetro de su piel.
Luego de ese baño caliente y apasionado, se metieron en la cama, ella apoyó su cabeza sobre su brazo, su espalda en su pecho, sintiendo que la humedad que todavía permanecía en el cuerpo de ese hombre, se mezclaba con su propia humedad y se durmió.
Siete y cuarenta y cinco el despertador la sobresaltó, entreabrió los ojos, dañándose con la luz del sol que entraba por la ventana, y estiró su brazo para encontrar su cuerpo. No lo halló.
En el piso, la bata yacía tirada. El camisón de seda, sobre la cama, continuaba arrugado.
Un perfume extraño, amaderado e intenso, pendía en el aire.
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