LOS BOMBONES DE CHOCOLATE
La vida nos ofrece, muchas veces, oportunidades de protagonizar hermosos momentos y usufructuar de aquello que disponemos para disfrutarlos.
Algo parecido me pasó en mi adolescencia, cuando el chico de mis sueños me regaló un puñado de bombones de chocolate. Demás está decir que me encantan los bombones, pero en aquel momento lo que más me importaba era haberlos recibido de él. El resto no contaba tanto para mí.
Atesoré aquellos bombones mucho tiempo, como un recuerdo de una relación que pronto terminó. En realidad estuve tentada de comerlos en diversas ocasiones, pero no quería quedarme sin ninguna prueba que me hiciera recordar aquellos días.
Con el tiempo me olvidé de ellos, y pude disfrutar de otros regalos, de otras golosinas y de otras compañías.
Una tarde, ordenando unos cajones me encontré con los bombones. El papel metalizado que los envolvía estaba un poco ajado y no relucía como antes.
Decidí que era el momento de comerlos. Ya no me importaba tanto guardar aquel recuerdo.
Al probarlos me desilusioné porque el chocolate había perdido su sabor, y lo que en su tiempo habría sido una golosina exquisita, hoy sabía a tierra, a humedad, a nada. Ya no podría disfrutarlo.
Cuántas veces la vida pone a nuestra disposición oportunidades de elección, promesas de felicidad, bienes, amores… Y algunos, indecisos, decidimos dejarlas para después.
La vida puede ser muy bella. Disfrutemos de los dones que nos ofrece a cada momento, antes de que el chocolate se convierta en tierra.
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