En la larga fila de la única cadena decente de comida rápida del centro comercial había una joven. Miraba hacia todos lados frenéticamente y con la furia a flor de piel. Su novio, irresponsable como todos los que había tenido antes, se fue a la cadena de al lado porque tenía promoción de completo por quinientos pesos.
‹‹Si me dejó en esta fila para conseguir comida más barata no sé qué me va a hacer si conoce a una de las perras de mi curso›› pensaba indignada.
El rato pasó y ella avanzó más rápido. La cajera, maquinalmente hábil con los pedidos —como la gran mayoría— ya veía con cierta preocupación a esta muchacha y su tatuaje de infinito en el hombro.
—Buenas, ¿qué desea?
—Una ensalada jumbo con palta…
—Lo siento, pero solo nos queda la ranchera.
—Bueno, pero sin carne, que soy vegetariana.
—Déjeme ver qué irá a pasar… Chato —dijo hacia la cocina— ¿le pueden sacar la carne a una ranchera?
—Bueno —contestaron casi riendo.
—¿Qué más va a querer?
—Unas papas.
—Ok… ¿Para beber?
—¿Tienen mirinda?
—No.
—¿Doctor Pepper?
—No.
—¿Ginger Ale?
—Se nos acabó.
—¿Pepsi?
—Esa sí. ¿Algo más?
—No.
Miró al mesón donde estaba su novio y esperó. Estaba tan enojada por saber que no la acompañaba que ignoró por completo las risas de la cocina y se fue rápidamente. Se quedó sentada esperando a su novio.
—Hasta que llegaste…
—Perdón, es que…
—Te quedaste mirando a la tipa esa, si sé…
—Ella es mi amiga de la infancia. Aparte de que la cola se demoró.
—La mía igual… Espero que esté rico por lo menos.
—¿Qué es?
—Una rica ensalada.
—¿Y eso?
He ahí el colmo: en el fondo de las lechugas descansaba un nugget.