—Una tarde otoñal en agosto yo prometí —dije lentamente, arrastrando mis palabras—. Que mi pluma no descansaría hasta ver la batalla ganada. Pero el rumbo de la historia cambia según el movimiento del timón. En un barco que yace y surca los mares me he de encontrar y ahora decaigo por las fuertes ventiscas —pronuncio, con gracia y tomando las pausas debidas. Me oigo a mí misma y recuerdo el tiempo en que dejé de hacerlo.
Mis escritos descansaban en una mesa redonda de madera, mis lápices a un lado y mis ojos dejaban al descubierto mis desvelos, parecía cansada y para nada apacible, todo esto se debía a los muchos trabajos que tuve que hacer a mis compañeros — ¿Cuántos exámenes y evaluaciones fueron créditos míos pero los profesores me obligaban a darle mi nota y el crédito que en verdad merecía a aquellos que nada hacían? —pregunto, tomando un bolígrafo y anotando algunas palabras en las hojas blancas sin alma, pero mis pensamientos todo complementa.
— ¿Por qué tenían que hacer eso? —pregunto y ladeo la cabeza desaprobatoriamente—. Es que acaso no comprenden que el esfuerzo vale, pero simplemente había solo una realidad para el comportamiento de los susodichos —mi mente indaga, los recuerdos vuelven desde un extremo de mi psiquis mostrándome aquellos días que no pude olvidar—. ¡Sí, ya lo he visto todo! —exclamo, con indiferencia—. Ella, aquella mujer de cabellos oscuros y lentes emanaba órdenes para ellos, al igual que los padres de mis agresores y adivinen... ¡He descubierto un nuevo enigma! —menciono, sin darle importancia alguna.
—Ellos también eran peones y esa mujer los utilizaba al igual que a sus padres, pero es lamentable que ninguno de ellos se diere cuenta, porque la clave de todo el enigma estaba muy cerca —rio, disimuladamente—. El odio hacia alguien puede llegar a tal que los conlleve al final del camino y su propia destrucción, sin salida —espeto con sorna y miro hacia el horizonte, quien me muestra aquellos colores, el atardecer, la penumbra opacaba lentamente la estancia y el camino lejano, la noche señora del olvido, incomprensión eterna y gran amiga me alegraba el alma, la miro a sus ojos, la preciada luna y prometo—. Nunca abandonaré tu hermosa morada y en tu corazón abunda el sacrificio de los caídos, eres la inspiración de muchos colegas y te apiadaste de mi alma cuando lloraba o hacía los trabajos que no me correspondían.
—Mi alma pertenece a la noche —menciono, con una amplia sonrisa, recordando cada momento y hallazgo, incluso mis metas cumplidas.
—En esta tarde, yo prometo mi alianza y dar la talla en mi trabajo, actuar con la verdad y nunca desistir ante el poder de nadie. Prometo seguir adelante aunque tenga que luchar mil batallas por lo que más quiero y esta misma tarde yo renuevo mi alma —menciono cada palabra, sin saltarme ninguna, recordando mi juramento y mi promesa, incluso mi amor por mi vocación—. Esta tarde yo me alzo de bruces al sol, pronunciándome en nombre de los caídos y de los seres distintos y forjaremos un mundo donde el sufrimiento no exista, donde la esperanza no se pierda y sobre todo la justicia sea justa, fiel y perdure por una eternidad.
—Prometo, que mientras siga viva nunca dejaré de luchar por la diferencia, siempre que esté a la disposición abogaré por los que desisten de sus vidas —digo, mientras mis palabras se extinguen y yo sonrío ante mi maestra, la noche, quien me enseñó el suplicio de los inocentes e incluso su sufrimiento y fue allí cuando me di cuenta y comencé una nueva travesía. |