Cristina nació el primer día de mayo hace menos de treinta años.
Su pelo era grueso y castaño, sus ojos negros y su cara redonda estaba cubierta de pecas.
En casa la adoraban, era todo alegría y bondad, resultaba difícil verla enfadada más de quince minutos.
El primer día de colegio tenía cinco años, una operación y su recuperación hicieron imposible que entrase antes con los demás niños.
La crueldad de los niños pequeños es difícil de tratar si tú eres el que la sufre. Al principio Cristina se quejaba de los golpes bajo la mesa y las burlas. Su madre intentaba hablar con los profesores y los padres, sin éxito alguno. Con el tiempo Cristina veía que su madre estaba preocupada y triste, no sabía si sacarla del colegio.
Cristina no quería ver triste a su madre. Cristina era fuerte y no volvió a quejarse. Solucionaría ella sus problemas.
Entonces Cristina tenía siete años.
Los golpes pararon pero las palabras cada vez eran más hirientes. Como ya he comentado por encima, Cristina había nacido con una complicada enfermedad, su pequeño cuerpo había pasado por varias operaciones que poco a poco la habían desfigurado con cicatrices. Ella siempre las ocultaba, pero todos sabían que algo pasaba desde que los médicos la prohibieron hacer gimnasia en el colegio. No tardaron en acorralarla y ver sus cicatrices forzándola entre varios niños.
Cristina tenía ocho años.
Con el paso de los años hizo una amiga, ella era más popular que Cristina, pero no era mérito alguno. Cristina ya no se sentía guapa. Cristina apestaba.
Con el tiempo Cristina empezó a desarrollarse, mucho antes que las demás niñas.
Cristina era gorda, Cristina era ridícula y sangraba.
Cristina tenía diez años.
No pasó mucho hasta que se enamoró por primera vez, Gonzalo tenía un año más que ella, era rebelde y el mayor de la clase.
Él no sentía nada por ella, pero se divertía dando y quitando la esperanza cada día de manera cada vez más sutil y cruel.
Un día en clase Gonzalo dió una notita a Cristina. En la notita ponía “Siento algo muy fuerte por tí y no sé como decírtelo”. Al leerlo se puso muy feliz, no tardó ni un momento en dar a Gonzalo una notita en la que ponía “ yo también te quiero mucho”. Gonzalo sonrió y fué hacia ella. “Ya sé lo que siento” dijo sonriendo.
Ella alzó la cabeza con ojos de adolescente enamorada. Él se rió a carcajadas y enseñando la nota de Cristina a toda la clase le dijo todo el asco que sentía por ella. La humillación fue tan grande que no fué capaz de hacer nada más que bajar la cabeza con los ojos llenos de lágrimas.
Cristina era fea, estaba enferma, era gorda y nadie la amaría nunca.
Cristina tenía quince años.
Al año siguiente su padre se puso muy enfermo. Tenía cáncer.
Todo su mundo se puso patas arriba, se sentía asustada, sola y quería huir.
Antes de ello no sacaba malas notas, después también fracasó en eso.
Después de años de depresión y varios intentos de encontrarse a si misma Cristina deja los estudios y se pone a trabajar.
Al poco de estar en el trabajo, su jefe la despide.
Cristina no vale para nada.
Cristina tenía dieciocho años.
Cristina se ve gorda y deja de comer. Empieza a pesar cerca de los cincuenta kilogramos y su madre la lleva al médico. La obligan a comer, sube algo de peso y ella se ve como un monstruo.
Una noche coge las pastillas del botiquín y se las toma todas. Todos duermen. Cristina piensa en su vida, se odia y cree que todos estarán mejor sin ella. Cristina se duerme entre lágrimas. Al día siguiente su madre despierta a todos de un grito desesperado. Nadie veía que era tan grave, nadie llegó a saber todo lo malo que sintió Cristina. No encontró el amor y cada persona que había llevado de la mano a Cristina al sufrimiento ahora dormía plácidamente en sus camas.
Pero Cristina ya no puede sentir más dolor, aunque podría haber tenido una larga vida junto a sus seres queridos, la podría haber tenido si Gonzalo no hubiese disfrutado de su dolor y vergüenza, si sus compañeros hubiesen visto lo hermosa que era Cristina, lo mucho que deseaba vivir y nadie la dejó.
Cristina tenía veintidós años. |