“¡Feliz cumple mamá!”, le gritamos con mi hermana mientras en medias y despeinadas nos subimos a la cama a darle el desayuno.
Era julio. Yo tenía ocho años, mamá cumplía treinta y cuatro y Fito Páez presentaba “Enemigos Íntimos”; pero no sabía exactamente cuál era el disco que íbamos a ir a escuchar esa noche, era muy chica.
El regalo de papá había sido para mamá y para mí: dos entradas al cine para ver al Flaco de los rulos rebeldes con el que yo soñaba desde que tenía cinco años, sí, cinco.
Lo recuerdo bien. Recuerdo el enojo de papá el domingo que, con lágrimas mojando mis pecas, me levanté diciendo: “¿Dónde está Fito? Yo quiero que sea mi papá, hace un rato me llevó al parque y me compró un chocolate”.
Después de soplar las velitas, mi abuela me abrazó fuerte y me dijo: “Miguelita hoy vas a ver a tu segundo papá otra vez” y sonrió apoyándose la mano en la cabeza.
Hacía mucho frío, las plantas estaban durmiendo enredadas y yo largaba mi aliento para empañar el vidrio de la ventana que daba al patio de casa mientras dibujaba flores con el dedo. Mamá terminó de lavar los platos, buscó mi campera, me puso la bufanda y me apuró porque ya estábamos llegando tarde: “Hijita abrochatela vos que yo voy a calentar el auto”.
Las calles estaban silenciosas, había que pedirles permiso para pasar. Poca gente caminando, creo que conté a ocho o nueve personas en cuatro cuadras, nada más que eso y todos los autos tenían una fina capa de hielo que los hacía temblar.
El piso del cine hacía mucho ruido y en vez de desabrocharme la campera cuando me senté en la butaca, le pedí a mamá que también me preste la suya. No había casi nadie, así que la nariz se me puso rápidamente colorada.
Después de media hora no emitió ni una sola palabra y sólo sonreía. Las luces comenzaron a bajar, la gente empezó a gritar “Fiiitooo, Fiiitoo” y yo cuando quedó todo a oscuras tuve una extraña sensación, se me aceleró el corazón, me transpiraron las manos y temblaron disimuladamente las piernas, creí ya haber estado ahí.
Me agarró la mano y me llené de calor “tu amor abrió una herida porque todo lo que te hace bien siempre te hace mal, tu amor cambió mi vida, como un rayo, para siempre, para lo que fue y será” y no era solamente eso.
La historia que me habían contado era la primera vez que cobraba sentido: cuando yo estaba en la panza mis papás me llevaron, en nueve meses, tres veces a ver al Flaco. Mamá me contaba que apoyaba la mano y yo me movía y pateaba como loca. No era casualidad que haya soñado años después con él, no era casualidad que haya sentido que ya había estado ahí. “El tiempo es la ilusión que no vuelve más, el tiempo esa ilusión en cualquier lugar”.
Con un tatuaje del Che en el brazo izquierdo, pelo hasta los hombros, nariz perfecta y ojos brillosos, mi tío Pablo, diez años mayor que yo, me encerraba en el altillo con sus amigos , cuando yo tenía cuatro , para obligarme a escuchar letras que con los años se transformaron en palabras y con el tiempo en canciones , parte de todas mis sensaciones : “ Me hice fuerte ahí, donde nunca vi, nadie puede decirme quién soy” “Algo de vos llega hasta mí, cuando era pibe tuve un jardín pero me escapé hacia otra ciudad y no sirvió de nada porque todo el tiempo estaba dando vueltas y más vueltas que me da la vida para tratar de reaccionar”.
Y entonces esa noche en el cine entendí, cuando mamá me agarró fuerte la mano y se secó una lágrima, que eso, que ese momento era “el amor después del amor”. |