El arcángel Gabriel, ángel y mensajero del Señor, después de terminar una misión en la tierra, ya en el paraíso le preguntó a su amigo, el Querubín Jerahmeel:

—Hola, ¿Qué hay de nuevo?

—Pues que en el Edén también hay política.

—¿Por qué dices eso? — cuestionó Gabriel.

—Tú bien sabes que la sabiduría del Señor es infinita, de modo que tratar de corregir su obra es imprudencia temeraria —empezó a contar Jerahmeel—. Un grupo de mujeres se rebelaron contra los designios divinos. Estaban cansadas de sufrir los dolores del parto, se juntaron en asamblea y deliberaron entre sí. ¿Es justo se preguntaron con enojo, que sólo ellas, y no también los hombres, sufrieran las acerbas penas que siente quien da a luz?

—¡Ah, caray! ¿Y qué pasó?

—Las asambleístas determinaron venir en manifestación ante nuestro Jefe y le exigieron que cambiara las cosas. También los hombres deberían sufrir las penalidades de traer al mundo un nuevo ser.

—Pobre de nuestro Creador, es difícil tratar con mujeres y más con las líderes, ¿Cómo salió del compromiso?

—El Señor como su nombre lo indica es un señor. Y no hay señor que pueda resistir el enojo de una señora. Y no digamos de todas. Así, el Todopoderoso con un suspiro les dijo que sí. En adelante las mujeres darían a luz, pero los padres sufrirían los dolores.

—No cabe duda que el Salvador es justo. Me imagino que con esta solución se arregló el asunto.

—Pues no —replicó el Querubín—. Aunque las mujeres ya no sentían dolores al convertirse en madres y los padres se revolcaban en medio de atroces sufrimientos. Ellas volvieron con el Hacedor y le pidieron que deshiciera lo hecho. Querían que todo volviera a ser como antes.

—¿Por qué dieron marcha atrás —preguntó sorprendido Gabriel.

—“Por dos razones —dijo la vocera del grupo—. Desde que nuestros maridos empezaron a sentir los dolores del parto ya no quieren hacernos el amor. Y peor todavía: algunas damos a luz y no es nuestro marido el que siente los dolores”.
.