Daría el reciente otoño
a quién me lo pidiera,
por la retribución de las caricias
que desprendes, espontáneamente,
en el dulce accionar de tus modos.

No preguntes desde hace cuánto que te amo
pues, tal afirmación me llenaría de espanto,
te entrego lo que soy y los pedazos de corazón
que fui perdiendo en el camino
y se descomponen entre mis manos.

Hace años que estoy perdida,
tuve miedo y escarbé las heridas,
sangré y me sentí orgullosa del dolor,
aquél,
que se expandió como virus
en las conciencias invadidas.

Mi amor,
no serás el primero ni el último
pero el arte de mis versos
encontrará su libertad
cuando decidas tener en cuenta el retorno.

Mi amor de mi vida,
déjame un mensaje de esperanza
en las orillas de las pupilas
con las que me miras;
déjame quedarme
hasta que decidamos recurrir al pasado
por desamparo y cobardía.

No destruiré tu recuerdo,
tal vez cuando intente creer en la vida
me aferraré al firmamento
y buscaré la estrella escarlata,
reconociendo su luz por cada sentimiento
que guardamos en las geometrías internas
que la conformaban.

¡Oh, mi amor!
besaré el semblante de un poeta loco,
jugaré con las muecas
que se asoman con picardía en tu rostro
y tal vez, comprenderé las causas
que guiaron el reencuentro de nuestras miradas;
descubriré entre la complicidad de nuestras palabras
el encanto impaciente
que se revolcó entre la multitud
hasta nuestra llegada.