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En el altar mayor de la hermosa Parroquia de la risueña y agradable ciudad de San José Iturbide Guanajuato, se encontraba de rodillas doña Lucrecia, adalid de la iglesia y presidenta ad vitam de la piadosa congregación Hijas de María. Vestía ropas de luto y oraba en alta voz con gemebundo acento: “Señor, encomiendo a tu infinita misericordia el alma de mi esposo. He sabido que fue un mujeriego. Acabo de enterarme que se gastó en sus aventuras amorosas el dinero que habíamos ahorrado para la educación de nuestros hijos. También apenas ayer supe que tuvo un romance con mi mejor amiga. A pesar de todo, Señor, te pido que le perdones sus pecados”. |
Texto agregado el 18-03-2016, y leído por 130 visitantes. (4 votos)
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