Transilvania
Era medianoche en el pueblo de Braila, una localidad situada al sudeste de la actual Rumania Recién comenzaba el año 1596, durante el reinado del príncipe Miguel, el Bravo, el despiadado ser apenas recordado por la historia, pero que fue el artífice de la más grande batalla contra las fuerzas del mal.
Fue en aquel frio enero en que la sociedad tomó conocimientos de las andanzas de los muertos vivientes que asolaban la comarca; con una sola mordida los convertían en uno de los suyos, sometiendo a aquel su poblado que observaba impávido el espectáculo.
Si bien en esa época se los mencionaba como muertos que deambulaban por los verdes espacios de Braila, fueron los primeros zombies de que se tenga memoria.
Hasta en el mismo castillo se presentó aquella noche su lacayo, arrastrando su osamenta, e intentó atacar a Miguel que pudo salvar milagrosamente su vida, gracias a la proverbial intervención de su guardia.
-Su majestad, esto ya colmó los límites, tenemos a los infieles en las puertas del palacio, y hasta su fiel Dragomir, cayó preso de sus apetencias.
Todavía desconcertado por el incidente, el príncipe se desplazaba a lo ancho y a lo largo de su aposento, con la cabeza gacha, que movía para ambos lados, mostrando evidentes signos de negación.
-No puede ser.-Balbuceaba.
Ya en la mañana siguiente convocó a su séquito, que reunido en la sala de situación del palacio, analizaban los pasos a seguir.
-Tenemos que matar a todos los muertos- Comenzó a disertar uno de los consejeros, ante la hilaridad de todos los presentes.
-Que está diciendo, Dumitru, si están muertos como los vamos a matar.
-Debemos aniquilarlos, acotó Marius.
Una palabra que pudo cambiar el clima jocoso que suscito la intervención de Dumitru.
El responsable de inteligencia del palacio, hizo un pormenorizado detalle de la presencia de los zombies, los seres despreciables que osaban transitar por las calles de Braila.
-Hemos detectado cerca de 200 muertos vivos, andan de día y de noche, en grupos de alrededor de 10 individuos, a simple vista detectables por su andar cansino y sus harapos.
-Hay que aclarar que fruto de sus cacerías, han anexado a sus conquistas nuevos especímenes que disimulan mucho su aspecto. Para reconocerlos hay que ver sus rostros, pálidos y con ojeras, con ojos encendidos, con sangre que parece salirse de sus órbitas. No hablan, solo sonidos guturales y muestran sus fauces.
De tiempos inmemoriales se oían leyendas que hablaban de otros seres extraños que por las noches sometían a sus víctimas al martirio, cuando les clavaban sus incisivos en sus yugulares, succionando la sangre hasta hacerlos sucumbir. Un mito que cada tanto se volvía realidad.
Eran los mártires del rey de la noche que se entregaban a su victimarios formando el ejercito de las tinieblas.
Un secreto a voces que rara vez eran temas de las comidillas pueblerinas.
-Su majestad, dado e difícil momento actual, creo oportuno convocar a los vampiros en la cruzada que se avecina.
Por primera vez en años se los nombraban, los miembros del palacio sabían perfectamente a que se refería Etmal cuando hablaba de ellos.
La propia hija del príncipe Miguel había sucumbido a sus encantos y nunca más se supo de ella.
Era conocido por todos la fuerza descomunal desarrollada por los vampiros, casi desobedeciendo las leyes físicas, pegaban grandes saltos y levantaban a sus víctimas arrojándolas como si fueran trapos. Eran capaces de partir en dos a una persona en segundos.
Claramente los mejores exponentes para luchar contra los zombies.
-Me informaron que a 40 kms de Baila, en las colinas de Transilvania, en un imponente castillo, mora el más cruel de los vampiros, Dracul, más conocido como el conde Drácula.
-¿Me está diciendo que quiere pedirle colaboración?
-No precisamente; es más, no se tiene porque enterar
-El plan consiste en reunir a tres de nuestros mejores guerreros de la guardia para que vayan en su búsqueda.
-Serán nuestros fieles hombres, convertidos en vampiros, los que logren derrotar a los muertos vivientes.
El plan propuesto se ejecutó a la perfección, regresando una noche los soldados a los aposentos prolijamente acondicionados.
Algo extraño en sus miradas daban a entender que no eran los mismos que fueron a Transilvania.
Primero fueron por los muertos vivientes, casi como jugando, en una sola noche, arrasaron con ellos. Los lugareños comentaban con un atisbo de placer esa lucha desigual, la huida desesperada de aquellos que atormentaban a los moradores de la aldea, y como los iban destruyendo uno a uno.
Nadie contó lo que sucedió después de comprobar que los extraños seres eran poco apetecibles para los ávidos devoradores de fuídos.
Entonces fueron por el plato principal, una delicada cena de príncipe acompañado de fieles lacayos que cambió para siempre la bucólica fisonomía de la comarca de Braila.
Dio comienzo desde ese entonces lo que la historia recordará a Miguel el Bravo, como el más cruel y sanguinario déspota de las tierras de Transilvania.
OTREBLA
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