Para llegar a ti...
Me pongo en la situación de un nativo americano, un sacerdote que tiene la creencia que con sacrificios humanos los dioses mantendrán a su pueblo abastecido. Esta creencia de cortar la cabeza de un salvaje (Los aztecas llamaban así a los que frecuentaban el bosque) fue motivo de espanto para los colonizadores y existen muchas referencias a estos hechos. Fue cuando los salvajes fuimos nosotros.
Si viajo en las imágenes y me detengo sobre uno de nuestros majestuosos templos, de seguro me sentiré orgulloso de la arquitectura de la gran Tenochtitlan que sobre un lago nuestros hombres construyeron. A lo lejos, observo el puente que lleva al exterior y por el cual Hernán Cortés huyera salvando la vida de algunos de sus hombres. Es inquietante imaginar a Cortés llorando bajo un ahuehuete o peor aún, sentir como Cuauhtemoc el fuego que nos incendia la casa ¿Y por qué? ¿Por qué destruir una cultura para imponer otra? ¿Derribar una ciudad edificando sobre cadáveres?
Por otro lado los jesuitas, cuando se internaron por primera vez en Japón (1549) y descubrieron el maravilloso mundo de los bonzos, quedaron estupefactos por la belleza del lugar y sabiduría de los monjes, pero había algo que no podían aceptar, practicaban sodomía que en España era castigada con muerte, por lo que aun cuando no se les consideró salvajes, si fue desconcertante y motivo de enojo y griterío que los nipones catalogaron como imprudente y de malas costumbres. Cosa curiosa la cultura ajena cuando el silencio es superior a la razón.
En el año XVI los españoles incursionaron en una nueva misión a China donde fueron bien acogidos ; pero cuando mostraron a su dios crucificado, fue tanto el rechazo que por poco los linchan. Ellos, gente de pocas palabras y reverencias milenarias, no podían concebir la crueldad de adorar a un hombre asesinado, por lo que al observar aquella cruz, los catalogaron como satánicos adoradores del mal. Los jesuitas tuvieron que esconder sus ídolos mostrando solamente imágenes de María madre, lo que hizo pensar a los orientales que el dios de los jesuitas era mujer.
¿A qué voy con todo esto? A que somos ajenos en un mismo planeta. Que no es cosa de idiomas o dialectos, dioses y dominios, en definitiva necesitamos algo más que palabras y creencias.
En América aprendimos español porque nuestra lengua, según dijeron era primitiva al no cumplir con la morfología, sintaxis y gramática. Se impuso un nuevo dios que en su historia también aceptaba sacrificios y amenazaba con castigos. Un dios que a cambio de rezos supo quedarse con tesoros, mujeres, ciudades y tributos. Porque fuimos irrespetados, incomprendidos, despojados y humillados en nuestras humildades. Satanizados como los misioneros jesuitas en oriente y aún ahora en pleno siglo XXI seguimos siendo discriminados por quienes con un poco de poder nos someten a la peor de las pobrezas.
Todo esto que escribo no es para comprender las etapas y generaciones pasadas aunque bien me vale saberlo, sino qué sucedió para llegar a ser lo que somos . El individuo, ese que al quedar fuera de moldes, seguimos tachando de poco cuerdo o pariente del demonio. Ese que no escribe ni escribirá la historia porque ésta no está hecha de períodos cortos o escrita a dos manos, sino por el contrario, todo nuestro ego es irrelevante cuando entendemos que si hubo un césar capaz de quemar Roma, en la actualidad hay, sí que los hay... muchos emperadores de imperios exclusivos y particulares que están dispuestos a destruir el mundo maravilloso de una sola cabeza.
Te has preguntado ¿Cuántos pueblos más hay por conquistar? ¿A cuántos hay que asesinar? ¿Estamos cambiando? ¿Aprendimos algo?
No sé a que dios te inclines ni cual sea tu credo; pero entiendo, sí que lo entiendo que para llegar a él tendría que aprender a estar contigo tal como lo hizo Mateo Ricci en China, que aun siendo extranjero supo adaptarse con la sabiduría de un bonzo a una cultura ajena, sin que para ello destrozara la calma de algún templo.
Bibliografía:
Espacios en la historia, México, El Colegio de México, 2014, pp. 97-123. Mayer Celis, Leticia.
http://cdigital.dgb.uanl.mx/te/1020150693/1020150693_02 .pdf |