En el mundo que ahora imaginaba, ella dejó de ser un señora muy bella y se convirtió en reina.
Ya no la adornaban los sombreros que tanto le gustaban, sino que su cabeza llevaba un tocado de flores bellísimas, alto y brillante, hecho con primor por las princesas que habían entretejido largas plumas de quetzal que envolvían su cabeza con iridiscencias de ensueño que no hacían más que resaltar la belleza de sus ojos.
Sus vestidos de señora elegante se habían transformado en una finísima capa tejida con plumas de colibrí, y un ave mágica,hecha de jade y esmeraldas de los Andes y que pendía de su cuello, cubría discretamente sus senos celestes y representaba toda la magnanimidad generosa de los dioses de la naturaleza.
Sus caderas delicadas daban soporte a un cinturón de jaguares de oro y de él se desprendían cincuenta y dos serpientes sagradas y tejidas de plumas, que formaban su falda y representaban todo su poderío de reina-diosa.
Los adornos de sus rodillas, elaborados con soberbia maestría, representaban las constelaciones. Y su magnífico calzado de minúsculas flores, se entretejía con plena armonía con finos lazos de oro que se iban haciendo más complejos y bellos a medida que iban formando las áureas suelas sobre las que reposaba la gobernadora del cielo, del mundo intermedio y del inframundo.
Portaba con sus dedos sidéreos los símbolos de su grandeza y sabiduría. Espigas de maíz en filigrana con granos y hojas de oro, representaban su dominio perfecto sobre la tierra. Un bastón de turquesas adornado con los astros del cielo, de una exótica belleza, simbolizaba su dominio completo sobre el firmamento. Y una cadena de eslabones diminutos con forma de calaveras de piedra brillante y negra, mostraba su poder sobre el mundo de la oscuridad.
Esta dama magnífica dirigió sus ojos de ternura hacia él. Y los versos más bellos jamás escritos en el lenguaje chol, salieron como lluvia de estrellas de sus finos labios de diosa y alabaron el amor.
Todo esto lo vio él, inmerso como estaba en sus ensoñaciones de enamorado cuando sus plantas tocaron la plaza principal de Palenque, el día en que sus monumentos inimaginados llenaron sus ojos.
La vio así en el instante preciso en que cayó en la cuenta de que todas esas maravillas habían sido creadas tan sólo para laudar a su perfecta... |