Hola amigos:
Me voy a permitirme contarles una entretenida anécdota de mi numerosa familia cuyo patriarca era mi acaudalado abuelo. Padre de cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres, que a su vez se habían llenado de prole, sin contar los tíos y demás. Los domingos nos reuníamos para comer alrededor de una gran mesa donde se platicaba de todo, bajo la mirada benévola del progenitor de mi papá.
En una ocasión se hablaba de las novelas policiacas de la que soy un fanático, como soy estudiante de medicina y por lo tanto me creo un sabihondo les decía que los mejores relatos de este género son escritos por autoras inglesas: “Ellas nunca emplean la violencia para desaparecer cristianos, nada de cuchillos, balazos, por ejemplo, sino que son más sutiles”. ¿Cómo? Me cuestionaron. Mi respuesta de inmediato fue: “Mira una persona se finge enferma de insomnio y nerviosidad, va a consulta con un médico, éste le receta un calmante nervioso, de los que se necesita receta médica para que la farmacia lo venda. Repite este procedimiento varias veces en un tiempo prudente y así recolecta pastillas que le sirven de instrumento para…” En este momento, mi tía, la hermana mayor del autor de mis días, me paró en seco: “Déjate de decir tonteras, mejor platiquen de algo agradable”.
El tiempo, que lo único que sabe hacer es añadirnos años, pasó con rapidez. A mi abuelo se le ocurrió morirse (un infarto masivo dijeron los doctores) y todos sus familiares sacamos las uñas por la herencia. Pero, ¡Ay decepción! Todo se lo dejó a su esposa. El viejo era pasalón, a diferencia de su media naranja que era cicatera a más no poder. Una verdadera tirana que tenía sujeta a la familia alrededor de ella por los escasos préstamos que nos hacía de cuando en cuando. La familia como dice el antiguo tango: gambeteábamos la pobreza, por eso eran muy bien recibidos estos pequeños alivianes económicos.
Cuando ella cumplió 91 años quiso festejarse en grande. Toda la familia fuimos a un estudio fotográfico de postín para la foto familiar que se publicaría en las páginas sociales de los periódicos locales.
En la noche fue el festejo, por cierto, la enorme cocina de su casa era la más visitada, pues en ella estaban las bebidas espirituosas. Cerca de la media noche la cumpleañera, nuestra anfitriona, se cansó y pidió que se le llevara su tazón de chocolate que acostumbraba tomar antes de irse a la cama. Vi como la anciana con deleite saboreaba la bebida hasta la última gota. Esta imagen es la última que tuve de la madre de mi ascendiente.
“La vieja amaneció tiesa”, me dijo mi primo Alex por teléfono. El velorio estuvo muy concurrido, después la cremación, creo que por ser lo más barato, y la misa de cenizas. La difunta era dueña de una cuantiosa fortuna que fue repartida por partes iguales entre sus cuatro hijos (a veces existe la justicia), por lo que dejamos de ser pobres. Fin de la historia. Como se darán cuenta la narración tuvo un final feliz.
Ustedes, al igual que yo, se imaginan lo que sucedió. Confieso que fui el que dio la idea, pero nada más. Éramos más de 30 personas en la fiesta.
A mi abuelita alguien le dio su agüita, y me queda la duda de: ¿Quién fue? La verdad, es que me importa madres.
Interesante, ¿Verdad?
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