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Ella, hembra pura de carnes firmes y marmoleadas, de tez oscura y tostada como la arena del medio en la playa, mujer de curvas asesinas, marcadas y atrevidas; espera a su hombre detrás de la cortina. Lo estima lejano a pesar de que sólo faltan algunos minutos para poder engullirlo entre sus titánicos muslos. Para ella han sido épocas enteras, eras completas de soledad encerradas en un día. La espera es enfermiza, los minutos se le han diluido en centurias, se han estirado hasta la infinitud, se han detenido en el espacio tiempo, debido a su deseo por él.

Él, hombre de pelo en pecho, de geta sudorosa, de bigote de brocha y ceja juntada, corte de milico, mirada enterradora y mueca de mentiroso y lascivo. La pronunciada barriga de macho cervecero lo delata, está más allá de los treinta, él es un hombre de acción y se sabe respetado y temido, sabe también que le esperan y que el calor del pueblo es una mera fruslería al lado del cuerpo fabricado de lava volcánica que le mojará sus deseos de macho cazador.

El pueblo, rústico y aboyado, un tierrero rodeado por casas mortecinas, una burda e inexacta copia de un pueblo fantasma del lejano oeste, de esos que ves en películas, sólo ahí. Las tejas de Zinc, rasgadas y llenas de herrumbre, reflejan lastimosamente las ráfagas de fuego que caen del cielo; porque allí el sol no arde, sólo incinera lo que se interpone en su camino, porque en este pueblo el sol parece un cometa aproximándose deseoso de devorar el polvo y las tétricas casas de barro, madera y latón.

Dentro de las fantasmagóricas casas, se puede ver uno que otro viejo a la sombra de su sala. Por entre las puertas a medio cerrar, los viejos asemejan inmemoriales esculturas de cartón humedecido, corroído y arrugado; estos yacen pegados a sus ropas empapadas de sudor y a su vez cuelgan de rotos sombreros de fique tejido, los ancianos están sentados en antiguas mecederas de madera que parecen moverse por la inercia del tiempo; en la lejanía, pasan destartalados armatostes de metal, pasan casi inmóviles, ralentizados por la bruma que desprende el calor que golpea la carretera; los sempiternos buses derruidos parecen ser conducidos por los vendavales terrosos que atraviesan la vía baldía.

El otro, pardo y débil, manchado de nicotina hasta el alma, de piel cenicienta y sonrisa abundante, desinteresada. Una caricatura de hombre, la sombra de un deseo de antaño, de un sueño roído y sin efecto.

La historia, simple, básica, repetitiva; todos los días el fuego. Su corazón le había dictado encontrar el amor de un hombre y ser feliz a su lado, su cuerpo le había dictado encontrar el abrazo de la noche sobre las caricias encendidas de la lujuria. A el otro lo conoció en un día de verano (en este infierno siempre es verano), no existe la lluvia ya que el agua se evaporó y murió en las nubes y nunca volvió a tierra. Estaban en una fiesta, él se le acercó y le pidió una pieza, ella acertó en bailar, desenvolverse como una oruga a punto de convertirse en mariposa; él soñó descubrir la mujer de su vida.

El abrazo de la carne se mezcla de fluidos libidinosos, el calor los transforma en una masa informe empapada de agua de arroyo volcánico, las sábanas se incineran despaciosas entre gritos de placer y bombeos desenfrenados. Atrás entre el monte, el otro da las órdenes finales para atacar, mientras en la casa, sin mediar palabras o cariños, él se viste dejando toda esa figura desparramada y saciada. Los tiros suenan como la percusión de una luciérnaga en celo, él sale corriendo desenfundando su arma, pero ya están rodeados. El otro se los lleva amordazados (ella desnuda) tratando de maldecir con las bocas atoradas con cinta gris. El machete, pasa volando cortando aire mientras una lágrima resbala en la mejilla del otro, la sangre rueda como un hilo de agua de manantial recién nacido.

Mientras se atraganta de aguardiente unos días más delante de aquel día de juicio, observando una foto de su amada ausente, percibe el estupor de la muerte que entra por la puerta de atrás. Resignado y feliz recibe la descarga en la nuca. Los dos bandos hoy tendrán un líder a quien rendir honores, el fuego ha cumplido su ciclo, la sangre ha hervido y se ha ido hasta al cielo y de allí No regresará jamás, porque en este pueblo nunca llueve.

Texto agregado el 14-03-2016, y leído por 166 visitantes. (1 voto)


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