La vida me sucede a diario sin que yo le dé importancia, como la memoria de un vidrio, hasta que se rompe. Los cambios más dramáticos me han sucedido imperceptiblemente: crecer y sus cambios físicos, la amistad, la familia, la formación profesional, el enamoramiento y el desamor, los hobbies, el tiempo y sus incontables etcéteras. Después de varios errores he entendido por fin que las cosas que uno quiere, que uno persigue, no son lo que parecen, que las cosas que uno nombra pensando que define se mueven mientras uno las está nombrando. Sin embargo, en la memoria, algunos pocos momentos parecen resumir el resto. Decimos treinta años y recordamos cuarenta días, o sesenta, y olvidamos lo demás, como si no tuvieran peso y no hicieran parte de la transformación.
Querer algo es resistir y persistir en esa dirección, sin saber exactamente a dónde se va a llegar. Es no definir algo grande por algo pequeño. No convertir en un fracaso un error individual. Sin embargo, una vez transformados, ¿qué pasa con todo el tiempo que se nos pasó? Todo el tiempo gastado queriendo estar en otra parte, ser otros, cambiando, ¿a dónde se va? |