Porque murieron las esposas de Enrique VIII
El rey de Inglaterra Enrique VIII ha pasado a la historia además de por ser el artífice de la fundación de la iglesia anglicana al separarse de la católica por instaurar el divorcio en su país, por la larga lista de esposas que mando ejecutar durante su reinado.
Nos han contado, que la razón por la que ordeno realizar tantos asesinatos siempre se debió al repentino interés de cambiar de esposa que de vez en cuando le aparecía, pero eso es solo una verdad a medias, la realidad es que fue a consecuencia del recuerdo que le quedo para siempre de los años de convivencia con su primera esposa, la española Catalina de Aragón hija de los Reyes Católicos.
Cuando Catalina, que había estado casada con Arturo el hermano de Enrique y que había fallecido hacia poco, se desposo con él, en 1509, aunque tenía muy poco años, andaba por la veintena, era sin embargo una experta conocedora de la condición masculina y sabía, muy bien aconsejada por su madre, la reina Isabel de Castilla que a los hombres había que tenerles cogidos de dos formas, una de ellas no necesitaba más comentarios, la conocía pues ya había estado casada y la otra era a través de un estomago siempre satisfecho.
“Hija mía” le digo Isabel al casarse “Un hombre bien comido es un hombre entregado y tranquilo y así podrás siempre tenerle controlado”
Catalina, obedeció a pie juntillas a su mama y lo primero que le dijo a Enrique casi el mismo día de la boda, fue.
“Mira Quique” así le llamaba en la intimidad, “Se han acabado en palacio las asquerosas y simples comidas a las que estáis tú y tu corte acostumbrados, a partir de ahora vas a saber lo que es bueno”
“Pero querida a mí me gustan” le contesto azorado el rey.
“No tienes ni idea de lo que es comer ni tu ni tus súbditos, vas a conocer lo que son platos apetitosos de verdad, mira te voy a explicar los cambios que voy a introducir”, le contesto y siguió de inmediato.
“Para desayunar, nada de (porridge) la insípida sopa de avena que tomas, ni (baked beans), esas pastosas y pringosas judías cocidas con tomate y champiñones crudos, ni (scrambled eggs with bacon) los huevos revueltos a la plancha con mantequilla y bacón, a partir de mañana vas a desayunar, un zumo de naranja recién exprimido, pan tostado con aceite de oliva virgen y jamón y churros y nada de té, solo café”
Enrique no dijo ni pio, bien porque no entendía nada o bien porque acababa de casarse y estaba en plena luna de miel y no le parecía correcto contradecir tan pronto a su esposa, que continuo.
“Y para comer, olvídate del (fish and chips) ese asqueroso bacalao congelado mal rebozado con patatas fritas muchas veces con la cascara, que tomáis, ni (steak kidney pie) la empanada de riñones que sazonáis con salsas de bote de sabor irreconocible, te preparare fabada con morcilla y oreja, paella valenciana, cocido de garbanzos y cordero asado o cochinillo como lo hacemos en Segovia y algunas otras cosillas de mi tierra y de beber nada de cerveza tibia, tomaremos vino de Valdepeñas que me mandaran mis papis “
“¿Qué te parece?” continuo y aunque Enrique seguía sin contestar la embalada Catalina termino.
“Y nada de té con pastas a media tarde, si tienes hambre te preparare un bocadillo de chorizo extremeño o de panceta bien frita, veras que bien y respecto a la cena, me gustaría poder hacerte pescaditos fritos, pero como aquí no hay, comeremos sopa de mariscos en invierno, gazpacho en verano y de segundo plato, un día te hare bacalao al pilpil, otro albóndigas con tomate o croquetas, ya veré, ahora eso si todo guisado con aceite de oliva virgen, olvídate de la mantequilla salada”
Y se puso a ello, con magnífico resultado, consiguiendo al poco tiempo que no solo Enrique estuviera encantado, sino que engordara un kilo a la semana, pareciéndole mentira de cómo antes se había estado alimentando a la inglesa sin saber lo que se estaba perdiendo.
Todo fue muy bien durante unos cuantos años, pero al final no hay nada que dure eternamente y aunque Enrique estaba entusiasmado con sus nuevos menús, un día el corazón le pidió un cambio amoroso y en 1533 se divorcio de Catalina para casarse con Ana Bolena.
Catalina había aguantado veintidós años vivita y coleando y aunque acabo su vida unos años después en un castillo al que le envió su Quique, como esa era la costumbre de la época se acostumbro enseguida y nunca pudo sospechar que debido al sello que dejo en su esposo, este se vio en los siguientes años abocado a realizar una serie de barbaridades.
Ana era una estirada aristócrata inglesa que aunque al casarse, Enrique le conto que había cambiado sus hábitos alimenticios y que debía aprender a cocinar, conejo al ajillo, migas de pastor con magro de cerdo, callos a la madrileña y todos los platos a que le había acostumbrado Catalina, y que si no sería peor para ella, Ana no le hizo ni caso y volvió a la tradicional cocina inglesa, así que Enrique se vio obligado a decapitarla a los tres años de casarse, aunque la razón que dio fue otra, que si fue por adultera, que si un incesto, en fin, excusas.
Ese mismo año, 1536, se caso con Juana Seymour otra inglesa de piel blanquita, casi fosforescente, que también recibió el mismo encargo y que parece ser tampoco estuvo a la altura de las circunstancias y aunque se murió ella sola debido a unas fiebres puerperinas, vaya Ud a saber lo que de verdad paso.
La cuarta esposa fue Ana de Cleveris un alemana, que cuando le conto lo del cocido y la paella, no pudo contener una sonrisa, pensado que cuando Enrique catara las salchichas de Frankfurt de su tierra se le olvidarían las tonterías, pero no fue así y también falleció o le fallecieron al poco tiempo en 1540.
Enrique que ya empezaba a ser mayor estaba desesperado no había vuelto a comer decentemente desde hacía siete años y no le quedaba el recurso de hacer volver a Catalina para que se ocupara de la cocina real, porque aunque ya se lo había propuesto en otras ocasiones y ella siempre se negó orgullosa, ahora era ya imposible porque hacia unos años que había fallecido.
Así que no le quedaba más recurso que probar de nuevo, esta vez con Catalina Howard, otra inglesa rubita de ojitos azules, resultado dos años tratando de que aprendiera a guisar para al final tener que decapitarla.
Al año siguiente 1543, nueva esposa, otra lánguida inglesa, Catalina Parr, pero esta vez ya fue diferente, Enrique aunque solo tenía cincuenta y tres años, ya no era lo que fue, tenía un montón de problemas médicos, un peso exagerado y múltiples dolores, ya solo podía comer sopas de leche con pan, así que ni se molesto en pedir a la nueva lo mismo que a las anteriores, se resigno y al año siguiente abandono este mundo.
Probablemente esta última Catalina nunca supo que se libro de la diabólica herencia que la primera Catalina había dejado, pero así fueron las cosas, perdiéndose para desgracia de los ingleses la cultura culinaria que la de Aragón trato de introducir allí.
Fernando Mateo
Marzo 2016
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