Quemar el tiempo quiere decir perderlo, gastarlo o extraviarlo intrascendentemente. Pero cuando yo repito esa frase armada me suena a prenderle fuego y como si fuera un poema de Sabines hacer un aro con el tiempo quemado, echarlo a rodar, encenderlo. Cuando pienso en quemar el tiempo se me ocurre hacer algo vivo con él. Estamos acostumbrados a creer que hay un adelante y un atrás. Algo útil y algo inútil. Y a veces es lo mismo, o lo contrario. Estar enamorado, por ejemplo, es una forma de quemar el tiempo. Es un ejercicio que requiere más imaginación que acción. Es una ficción que va adquiriendo peso hasta dejar la realidad a un lado.

Las palabras, solas o acompañadas, están siempre incompletas. Están todas a la espera de otras, y de un lector, o de un oyente, que de cualquier forma no es suficiente, porque siempre están buscando una forma nueva. Nunca dicen lo mismo. Repetir tres veces la misma palabra es decir tres cosas (elevadas a la x potencia) diferentes: siempre, siempre, siempre. A veces quizá nos acostumbramos. Pero eso no les quita su facilidad para ser bomba de tiempo.