Del lado interior del espejo
Desde las frondosas praderas donde habita el olvido, desde las adversas circunstancias que dieron origen a la efímera y misteriosa existencia de los hombres, llegaban como ecos, los pensamientos invadidos de un alma invadida que había encontrado su razón de SER entre las ruinas del universo.
-Yo no sabéis hablar de álamos y habéis olvidado la invención de amores que os procede a la inconsciencia y al frenesí de las despedidas -su reflejo la observaba del otro lado del espejo.
-Vosotros intentáis no intentar nada, comprendéis el origen de los fonemas concretos, el buen decir ante los faltos de dones. Sabéis el poder que tenéis de elevar las palabras a los cielos o revolcáis en los pantanos de la doble moral y el sufrimiento eterno.
Pero náuseas me dais, la rememoración de la sangre y de la tristeza que acabáis en el desfallecimiento del alma, aquí, quién sois la que te llama -sus ademanes se refregaban en el espejo, tratando que la inversión de su imagen remediara en su presencia y fuera a su encuentro.
-Al padecéis he querido describiros la miseria del mundo; he sabido, antes de que la tierra fuese el molde de la fisionomía del hombre, antes de que la mar tuviera la ira de los dioses, del destino irremediable de éste, vuestro destino declina entre el bien y el mal, el mal es la simiente del universo, nadie debéis esforzaros para estar en apuros, el bien debéis buscárselo y es efímero, el instinto del hombre os corrompe ante el poder que tenéis por encima de sus semejantes.
Os imploro que me oigas, vosotros sabéis que siempre hemos sido pesimistas con fundamento, las estirpes débiles y narcisista que os siguen negando la realidad, que veis más allá de su reflejo y nada os conmueve, arderán como Troya en el infierno de sus entrañas, ¡el peor infierno!! -arrebató el espectro, mientras contemplaba las penumbras que reguardaban su morada.
-Creímos en Dios, pero os tenéis el coraje de desafiar su ira, y los ángeles caídos os han abrumado en regocijos sobre vuestra absolución del paraíso. Vosotros rendéis tributo a la espera que desarmáis la conciencia, vosotros morar en el terrible desamparo de las tinieblas -abrió extrañado las órbitas existenciales, tratando de hallar un rastro de su cuerpo humano del otro lado del muro invertido.
-¿Sois vosotros poetas?, nunca debéis definiros quién sois frente a nadie. La suerte estáis echada, el corazón tenéis en las manos, y las paredes internas que os enjaulan correréis el infortunio de seros destrozadas.
¿Podéis percibiros la libertad que estáis de vuelta y os invade? -el cristal se empañó, adoptando en su contorno la silueta del espectro, una silueta sin formas e indescifrable para los científicos de la época.
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Del lado exterior del espejo
En otro lado del mundo, del otro lado del muro invertido alguien se estaba desvistiendo, sin dudas había sido una noche dura, la acción mecánica de sus manos limpiaba, con un pedazo de algodón, el maquillaje estancado entre los surcos del párpado, y refregaba con los puños tratando de extinguir los resabios del labial que se había disuelto entre las comisuras de sus labios.
Cerró los postigos de sus ventanas, éstos que observaban a una ciudad que amanecía, una ciudad de poetas y libros en las alcantarillas, secó con desazón sus lágrimas y sintió en su interior la opresión de un músculo, dio vuelta hacia la pared el espejo que la observaba; desde hacía unos meses atrás sentía la presencia de un espectro invisible que deambulaba por los recovecos de su cuarto, un ser invisible frente a su imagen.
Abrió el botiquín y sacó de sus profundidades un frasco de pastillas antidepresivas, resultado de la última entrevista a la que había acudido con el psiquiatra de turno, ¿esquizofrenia?, ¿depresión crónica?, pues ella no estaba para bromas, sentía la melancolía de un absurdo pasado que se había extinguido repentinamente.
En la infancia soñó con ser escritora, ofrendó versos por besos, intentó modificar el mundo pero éste la fatigó, desistió de encontrar a su alma porque estaba segura de que la había vendido.
Giró, en un sentido opuesto a las agujas del reloj, las canillas de la bañera y se abstrajo en el agua que caía, limpia y transparente, el vapor todo lo invadía, su reflejo en el espejo se distorsionaba entre muecas repetidas. Para hacer más leve la espera prendió un cigarrillo, y recitó el verso LXXVI de Baudelaire:
Nada se hace tan largo como los días torcidos,
cuando bajo los densos copos de los años de nieves
el hastío, fruto de la tétrica indiferencia,
toma las proporciones de la inmortalidad.
-¡Ya no eres, oh materia viva!,
más que un trozo de granito rodeado por un confuso espanto,
adormecido en medio de un Fahára brumoso;
una vieja esfinge ignorada por el mundo indiferente,
olvidada en el mapa, y cuya temple salvaje
canta solo ante los rayos del sol poniente.
Recordaba el significado de ese verso desde la secundaria, la indiferencia del mundo la concebía como una enfermedad crónica de la civilización, ésta perduraba según la transición de las épocas y las diferentes características que las culturas adoptaban como propia.
Era una época de tiempos revueltos, donde la vida interior convulsionaba entre el hambre del espíritu y la saciedad de la libertad reprimida; la muchacha que se observaba desde el otro lado del espejo vivía de la poesía y de la promiscuidad de su cuerpo, en medio de un mundo que era un pestilente pozo de crías de culebras, de serpientes enroscadas al cuello de las musas del desasosiego; intentaba hallar un motivo para que su existencia perturbada cobrara un sentido, no había elegido la vida pero se sentía una exiliada de la gran mierda.
Perdida entre el humo y el vapor se dejo llevar por esas abstracciones que despedía el espejismo de las miserias que la corroían, se sentó contra la puerta interna del baño, y armó una pequeña gruya con las píldoras de colores; sus lágrimas hacían un pequeño charco de diminutas estrellas, estrellas que atravesaban y cortaban el semblante de su universo, pero aún desfiguraba y se acrecentaba el contenido del pesado baúl donde moraba el daño que la acechaba.
Siempre le tuvo recelo al derramamiento innecesario de la sangre, encontrar a su muerte en una tina desbordada de líquido viscoso le parecía ridículo, ¿qué necesidad de martirizar la carne?
Tomaría como último exceso el frasco de pastillas y se iría de este mundo en un sueño profundo, sumergida en las masas uterinas del agua calma; pastillas que cuando se sentía desmotivada nunca le sirvieron para nada, es que la libertad no habitaba en la limitación de la locura, no adquiría mejor valor exterminando a la imaginación como argumento de cordura.
Entre la ingestión mecánica de las píldoras imaginó cómo hubiera seguido su vida, anhelaba el amor ante la posibilidad de la muerte, el morir era la trascendencia a algo mejor, la trascendencia enigmática que llegó precoz ante su imposibilidad de descubrirse ante la vida.
Se sumergió lentamente en la tina, desde su posición veía el reflejo del espejo, empañado y caótico, intentaba decodificar su alboroto, pero no, desistiría de tal tontería.
Se imaginaba en sus mejores días, en las metas que dos semanas atrás se había obstinado en proponerse esperanzada y con una seguridad en si misma que desconocía, pero no, no había vuelta atrás, la miseria recubría los harapos que vestía, las culebras anidaban en su desnudes y a las proyecciones de su sombra les temía.
Soñó que moría, que su fatiga constante redimía, soñó con los versos que en el papel escribiría, recitó las últimas palabras que a la vida le brindaría; no sentía ninguna molestia, estaba cansada y necesitaba dormir, desde una lejana isla escuchaba el maullar de su gato Fausto, el pobre animal presentía el final de su dueña y se había obstinado en permanecer pegado a la tina, a pesar de su aberración al agua, estaba alterado y con el lomo contraído por la desazón que le acontecía.
Cerró sus ojos, y una fuerte nostalgia le oprimió el pecho, el ventanal dejaba entrever una mañana de Octubre apacible y el viento hacia bailar las copas de los árboles, los jazmines perfumaban el aire, los pájaros se deleitaban con la savia de los claveles que brotaban desbordantes en ese período del año, los perros callejeros jugueteaban entre los musgos de las calles sombrías y solitarias.
Ella se fue dejando llevar por el sueño, se abandonó ante la llegada de la inminente muerte, su cuerpo vibró entre la quietud tibia del agua, la conmovió el silencio esteno que descansaba en su corazón enfermo, desvaneció su cuerpo y se hundió, naufragando en la última oscuridad que torturaría su felicidad postergada.
Su alma abandonó el espejo y tomó la forma de un gorrión de colores maravillosos, desde el estrecho ventanal contempló la dicha de su muerte, desconoció el cadáver que dormía eternamente en el fondo e la tina. Agitó sus alas y se largó, su vuelo osciló entre la libertad que había añorado y la orfandad de la conciencia, ésta, que en la precipitación de la muerte lozana había encontrado la finalidad de sus desvelos.
Segura de si misma migró la golondrina,y la armonía le rebosaba la beldad de sus alas, contorneándose en el aire; y olvidando lo que había sido fue bordeando pensamientos en el paisaje, desistió del recuerdo de la prisión de aquel cuerpo que era su jaula, desistió de las oscuras penumbras en las que se le revelaba el tiempo, se liberó de aquel viejo templo. Se entregó a su aleteo, para posarse en el horizonte donde se fundían el mar y el cielo, ornamentó su pelaje con las flores del paraíso y reposo sobre el vientre estelar del universo.
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Últi mos versos a la muerte:
Yo no saldré de aquí,
no veré las flores estrepitar
bajo la brisa de la mañana,
no sentiré el barro
penetrando en la exhalación que inhalo,
el sol no me dorará la piel
que frente a los surcos de mi reflejo
se marchita la vida y nadie se asoma a ver.
Le temes a la finalidad temprana,
pero cuando las alas del espíritu se abren
el cuerpo descansa
con un padecimiento que le invade;
la muerte recorre
los pasillos de tus dolores,
y retuerce la silueta de la culebra
hasta dejar un cuajo torcido
como símbolo de gloria en sus panteones.
El alivio cesará,
la libertad
migrará austera y solitaria,
quebraré el escabroso vidrio
desde el que te miro,
y la noche cómplice
cubrirá la fuga del espíritu
con su manto de suspiros
y a la sombra de un Dios dormido.
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