A las siete, el vecino del piso superior, hace limpieza y arrastra los muebles. A las siete y media, los chiquillos de la familia numerosa del tercero, comienzan a protestarlo todo a grandes voces: el aseo, la ropa, el desayuno... A las ocho cuarenta concierto solista de ladridos y lamentos a cargo del perro abandonado en el otro tercero. A las diez menos cuarto truena, ruge, conmueve los cimientos el aparato de aire acondicionado utilizado en las oficinas del entresuelo, cuyo fragoroso emisor permanece, aun ilegalmente, en el patio. A las once… silencio. Silencio a las once y diez. Silencio a las once y quince. Silencio a las once y diecisiete. Silencio a las once y diecinueve…
Entonces, no puede más, el silencio, tanto silencio, no es humano, no se puede soportar…
“¡Ese silencio!”
Entra en convulsión, Salta de la cama. Se arrastra como una alimaña. Babea. Suplica… Así hasta las doce cuarenta y dos: su mujer regresa de la compra y, mientras hace la comida, sintoniza a todo volumen, Radio Olé en el 98. 0 de la FM
Así es como torna a ser un poltrón, el viejo durmiente de Blasco Ibáñez 43.
Anónimo y relajado.
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