Hola amor mío, tú bien sabes que no he creído en cosas sobrenaturales, te decía que se debía a un defecto profesional. Si acaso tu cariño y tu paciencia me cambiaron un poco, pero un ser omnipresente y omnisciente me es difícil aceptarlo pues de existir sería cruel y más ahora que lo único real es la nada.
En tu mundo, cariño mío, no hay nada. Ni siquiera estoy yo, que he estado contigo desde siempre, desde que empezamos a ser. Estás aquí y no estás. Eres y no eres. Vives sin vivir. Eres habitante del vacío. Vas a ninguna parte, y de ninguna parte vienes. ¿Cuándo empezó? Trato de recordar cómo. No sé. Tomábamos a broma tus olvidos, poco a poco lo tuyo era el silencio, un silencio de mortaja rasgado a veces por un quejido o un raro sonido gutural. Y una noche me miraste en forma extraña, como se mira a alguien que no sabes por qué está en tu casa.
El neurólogo, amigo mío desde la facultad. Preguntas, pruebas, exámenes de laboratorio. Y luego el diagnóstico que ya sabía yo. Y él “No hay nada que se pueda hacer”. Y aquí estamos ahora, tú sin esperanza, yo esperando. Enfermeras te cuidan día y noche. Te me fuiste yendo poco a poco, y hoy vives en tu mundo hecho de nada.
Memorias. ¡Qué riqueza tenemos los que podemos recordar! La vista de aquel paisaje o aquel rostro; el sonido de aquella voz o esa canción; el aroma del cuerpo —tu cuerpo— en la primera noche; el sabor de la comida; la caricia que la mano nunca olvida. Para mí el recuerdo es tu recuerdo. Están los hijos, claro, pero tú estás en ellos. Están los amigos, pero en ellos estás tú. Ahora que estás en la nada estás en todo.
Una tarde vi a nuestra hija mayor, mi princesita, te abrazaba y lloraba desconsoladamente. Me dolió el alma y me dije: “cobarde, ya sabes que tienes que hacer. No dejes que la actitud de las buenas conciencias detenga tu mano. ¡Basta ya de sufrimientos!”
Sabes, fue sencillo. Puse un somnífero en el chocolate de tu guardiana nocturna y entré como un ladrón. Tú o lo que quedó de ti dormía apaciblemente y en contraste como señal de vida tu enfermera roncaba con satisfacción. Fácil te encontré una vena y el líquido liberador con rapidez acabó todo.
Me avisaron: “la señora se nos fue mientras dormía, no sufrió”. Yo, exhalé un suspiro mezcla de dolor, resignación y remordimiento…
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