Rememoro tu nítida imagen
desde el frenesí enardecido
donde se hace trizas
la desazón de los tiempos vividos,
desde los columpios de los horizontes perdidos,
desde tu invención
he renacido.

Tu cuerpo es un cuenco,
que ha retenido el cándido brebaje
de los padecimientos y sueños
con los que se recubre el lenguaje.

Te rozo
y le entrego a tu amor la savia
que desprende el sudor de las palabras,
juego con tu cuello a mis antojos,
te devoro
sobre las orillas de luz
que continúan su existir en reposo.

Mis deseos construyen un altar de tus hombros,
salvaje y primitivo,
capullo malo, la inocencia has pervertido,
y te pierdo, nos perdemos
en las abstracciones de un corazón enamorado.

¡Oh!,
siente en la textura de mi piel
el cansancio de una mente poseída,
recorre el borde de mis labios
y desfallece obnubilado,
descúbrete
sobre las comisuras,
sobre las caderas de la desmesura
y guarda el incienso de la entrega absoluta.

Me contienes
erguida en tu mirada,
me dejas caer
y la noche se dilata en la poesía que emanas.

Sanas el ardor de mis raíces
con el jugo de estrellas
que al gracejo de los cielos
le has tomado prestado;
amas y quedo infinita a tu lado.