Yo pediré un café bien cargado,
de esos que se sirven en pocillos chicos,
y si es posible que sea a la turca,
que deje mucha borra en el fondo.
Tú darás algunas vueltas, dudando,
y al final te decidirías por un capucchino,
con crema, canela y poca azúcar,
tal como te gusta y siempre pides.
Será en un atardecer, iluminado con velas,
tu mano sobre mi mano y los rostros
obligados a mecerse al ritmo de la candela,
con los ojos buscado, amarrados,
refugio de los ojos sostenidos del otro.
Al principio, sin avisar, el silencio instalado.
Imposible pensar en otra cosa.
No sos ni soy elocuente en esas situaciones,
como una sombra, bailotea la flor de esa palabra
que ninguno de los dos atinará a pronunciar.
No existen buenas maneras para ese momento
en que se derrumba una historia de amor. |