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Lluvia en Paris (bcn, 2003)
Paseaban abrazadas por entre los charcos de las calles de París. Cada paso se transformaba en un sorteo entre las gotas de agua que sin remedio acabaría ahogándose en los flujos barrosos del Sena.
- ¿Sabes qué, niña? Tengo ganas de ti, dijo, es imprescindible, ineluctable, inevitable…
Ella no contestó. Se contentó con girar la cabeza para sonreírle, y al cabo de unos metros por fin añadió… “yo también, P., yo también”.
Las calles como las gotas de lluvia acabaron llevándolas a uno de los puentes que unen la Rive Droite a la isla donde se encuentra la catedral, y luego a la Rive Gauche. Habían previsto sacarse unas fotos en uno de los lugares míticos de la cultura lesbiana - la librería Shakespear & Co -, e intentar así robar o tan solo rozar, el recuerdo de lo que podía haber sido el círculo literario a principios del siglo XX. Eso era lo previsto. Pero cuando todavía se hallaban en la Rive Droite, el silencio y la lluvia invadiendo sus mentes, pensando tal vez que para satisfacer esas ganas tendrían que esperar demasiado - unas horitas -, y que por lo tanto, mejor era pensar en el valor de aquellas mujeres, en lo difícil que les resultaría ser ellas mismas, o conseguir el derecho a serlo, lo imposible que debía ser pasear abrazadas por las calles como ellas mismas lo estaban haciendo, parándose de vez en cuando para renovar las reservas de besitos y cariño.
- “Seguro que Natalie Barney fue una gran ligona - dijo ella -, para olvidar las ganas que tenía de abrazar a su novia, que no lo era, pero que hubiera perfectamente podido serlo…”
- Si, al parecer tuvo muchas novias…
- “Si, muchísimas… se enrolló con no sé cuántas, al parecer caían todas. Aquel círculo literario debía ser algo único… ¿Crees que existan, hoy en día, clubes similares?”
- “No tengo ni idea… Pero Natalie Barney rompió muchos corazones… muchos…”

El silencio y la lluvia volvieron a caer y a invadir sus mentes un poco cansadas. El primer puente se presentaba brillante de lluvia y de reflejos de nubes oscuras. Las tonalidades generales del paisaje tendían a gris, gris como la ciudad misma, gris como el estado de ánimo que casi mecánicamente las llevaba hasta el templo de la intelectualidad de una época ya revuelta.
- “¿Sabes?, dijo P. señalando con el dedo un punto en la barandilla del puente, ¿ves ese cartel? Pues, un día escribí una historia que trata de un señor que camina como de costumbre por este mismo puente y que de repente se para porque descubre la existencia de ese cartel…”
- “Y ¿qué pone en ese cartel?”
- “Pone : “en caso de accidente llamar al …”. Nada del otro mundo, una medida de seguridad como otra. Pero el tema es que el señor estaba muy deprimido, y al leer ese aviso, se le ocurrió tal vez tirarse al agua. En la historia, también llueve, pero a cántaros, y como ya está empapado, opta por no correr. Incluso se sienta unos minutos sobre el reborde de la barandilla, con los pies balanceándose en el aire. Siente que las aguas barrosas y removidas lo atraen, lo llaman. Pero la asquerosidad de estas mismas aguas, frenándole las ganas, impiden que salte. Así que al final no se tira, pero se queda con la idea y las ganas de hacerlo un día, a escondidas, para que nadie pueda llamar al número de teléfono que aparece en el cartel…”
- “Que historia más horrible…”
- “No, no es horrible, no creo; es solo realista. Es solo el análisis de una desesperación, de un auxilio, de un sentimiento de abandono, pero también de cómo el perfeccionismo y la timidez consiguen, al final, eliminar, o mejor dicho, aplazar, las ganas de la nada…”
- “Y ese personaje, ¿quién era?”
- “Una persona inventada…, indefinida…, un “X”, no sé…”
- “¿No serás tú, verdad? Ya sé que dijiste que era un hombre, pero tal vez lo pusiste masculino para alejar una eventual conexión contigo… o me equivoco…”
P. no contestó, pero no pudo impedir desviar la mirada hacia las profundidades de las aguas revoltosas, sucias, barrosas… Ella se quedó observándola, intentando adivinar lo que trataba esconder detrás de esa mirada tan lejana, tan ausente y a su vez tan triste. Entre tanto se habían parado; apoyando los codos en las piedras brillantes de agua de la barandilla contemplaban el más allá. Ella se acercó aun más y como para borrar el recuerdo pesado, empezó a abrazarla y besarla con toda la dulzura que imaginaba poseer. No le importaba lo que hubieran podido pensar los demás, turistas, parisinos o marcianos que fueran… A ella sólo le importaba recuperar la mirada traviesa de su amiga-novia-pareja – que no lo era pero que hubiera perfectamente podido serlo, ya que llevaban unos meses de vida en común – y una vez recuperada, regalarle una sonrisa para que se la pusiera en los labios, en la mirada, en su cuerpo.
- “Oye ¡que nos estamos empapando!”
- “¡Eres increíble!. Hace tan solo dos segundos tenías una mirada impenetrable...”. Se calló un instante porque no quería decir que en realidad la había notado llena de tristeza, de melancolía, de interrogación… “y ahora te preocupa la lluvia… No te entiendo…, pero bueno no importa… la verdad es que te prefiero con la sonrisa en los labios y cuando pones en tus ojos esa mirada alegre y tan traviesa...”
P. cambió una eventual respuesta con un beso, y cogiéndola por la mano empezó a correr hasta la otra orilla. “Ven, que se está acercando un rayo de sol… hay que aprovecharlo para las fotos en la librería…”
En efecto el rayo de sol, en función de las nubes que corrían en el cielo, se desplazaba, abriendo una amplia mancha azul puro encima de sus cabeza empapadas, enciendo chispas deslumbrantes en el horizonte parisino empapado.

Texto agregado el 11-09-2004, y leído por 119 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-11-2004 es precioso, pero quizas le falta un poquito desarrollar la historia. saludos toomesi
05-11-2004 Interesante. Tal vez le vendría bien trabajar un poquito más el metarelato. SALUDOS sirena_viuda
 
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