EL INFILTRADO
Aquella hermosa mujer como cada semana se presentó en las oficinas de aquel diario de circulación nacional para colocar su anuncio de ocasión de siempre: “Solicito hombre de mediana edad para satisfacer sexualmente a una anciana. No importa el estado civil del solicitante ni su aspecto físico. La paga es esplendida.” Luego se agregaba la dirección y el horario de la entrevista.
Los primeros interesados en esa solicitud fueron empleados del diario. Unos por curiosidad, otros por interés y algunos no supieron ni por qué, pero asistieron a la entrevista. Cuando se les preguntaba cómo había estado el asunto ni uno de ellos quiso hacer comentario alguno, incluso dos o tres nunca regresaron a trabajar.
Aquellas desapariciones provocaron la intervención de las autoridades policiacas. Estas, en la lógica de la suposición imaginaron que si en un grupo reducido de trabajadores se habían presentado desapariciones, era de alarmante suponer el número de desparecidos entre los cientos de sujetos quienes interesados en el anuncio acudieron a la cita aquella.
El plan para esclarecer el misterio parecía no tener resquicios: Primero se esperaría al siguiente lunes cuando se presentara la mujer a colocar el anuncio para esa semana. Se le detendría para interrogarla. De no sacar nada en claro, ni siquiera alguna pista, se le dejaría libre con las reservas de la ley y se le colocaría vigilancia permanente para conocer sus actividades hasta dar con todos los culpables.
El siguiente lunes la mujer se presentó en el diario para colocar el anuncio de siempre. Ahí fue interceptada por los agentes policiacos. A las primeras preguntas la mujer se limitó a mostrar un contrato legalmente válido en donde se daba fe fue contratada exclusivamente para realizar aquella actividad. Quien la contrató fue una agencia de empleos que ya no estaba en actividad.
La policía quedó como al principio, sin ninguna pista. El siguiente paso de la autoridad fue allanar el domicilio mencionado en el anuncio. ¡Nada!, La casona estaba prácticamente abandonada, la cuidaba un viejo de aspecto ruin. Este declaro en la comisaría solo ser quien cuidaba la casa y se encargaba además de entregar un mapa e instrucciones a todos los hombres quienes acudían para lo de la cita. A las veinticuatros horas de publicado el anuncio, tenía órdenes precisas de quemar los sobrantes de los mismos.
Entonces la policía aplicó interrogatorios “sofisticados” a los empleados del diario quienes acudieron a la cita y después se negaron a comentar sobre el asunto. No faltó alguno de ellos que no soportaron aquellas “técnicas” de interrogatorio y declararon con detalle lo sucedido en la entrevista:
Su decir fue el siguiente: Cuando se presentaron, cada uno en lugares distintos de la ciudad para ser entrevistados, fueron recibidos con amabilidad por una mujer muy hermosa, que sin grandes preámbulos les planteaba el asunto: Cada aspirante debía satisfacer sexualmente hasta hacer llegar al orgasmo a cuatro bellísimas mujeres en el lapso de tres horas. De lograrlo habría como compensación diez mil euros. Pero en caso de fracasar sería obligado a ser objeto sexual de un hombre de raza negra cuyo falo era exageradamente grande.
Todos quienes regresaron a su trabajo en el diario habían sido huéspedes del negro aquel, por obvias razones ninguno de ellos quiso hablar de aquella negra experiencia. El asunto se complicaba para la policía, entonces un veterano de la corporación aportó una idea al parecer no era descabellada.
¡Un policía infiltrado! Provisto de un sofisticado sistema de comunicación oculto en alguna parte de su cuerpo, suponiendo que el elegido se desnudaría para pasar la prueba. El agente Godínez fue el elegido por la fama de su capacidad amatoria.
Al siguiente lunes se publicó el maldito anuncio. Godínez con un minúsculo micrófono oculto un poco más adentro de su esfínter anal, cumplió con los primeros requisitos conocidos en la dinámica aquella. Con la pericia que le era reconocida logró llevar al orgasmo a las primeras dos hermosuras a su disposición. En la comandancia a través del micrófono oculto “vivieron” paso a paso toda la acción entre carcajadas de algunos y sonrisitas de envidia de otros. El ánimo decayó cuando casi al límite del tiempo convenido se escuchó aquel grito de placer femenino, faltaba una más y el tiempo casi terminaba. Un poco después se oyó un alegato y luego esas suplicas, al parecer de Godínez, para dar lugar a un grito aterrador.
El resto de la semana nada se supo del agente Godínez. El lunes muy de mañana se le vio entrar en la comandancia con una sonrisa “de oreja a oreja”, llevaba su informe y su renuncia por escrito, no quiso ni sentarse a esperar al comandante, se limitó a dejar los papeles sobre el escritorio de aquél y se fue para siempre.
Mientras tanto, ese mismo día, pero en una lejana ciudad del interior del país, una hermosa mujer se presentaba en las oficinas del periódico de mayor circulación de la entidad, para colocar el anuncio que ya conocemos.
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