*Advertencia preliminar: antes de comenzar mi "ensayo", les aclararé a los amantes de los perros que si pretenden encontrar una ponderación a éstos, los invito gratamente a la abstención de tal lectura.
El perro, a pesar de que, convencionalmente, se lo ha estereotipado como el mejor amigo del hombre, por experiencia y disgusto propio doy por tierra esa consideración; tal vez mi desacuerdo reside en que ya no pertenezco a ese entreverado mundo del hombre o porque simplemente, tengo una personalidad particular y rebuscada.
Desde temprana edad conviví con la compañía de un par de mascotas, concretamente eran perros; en la adulta edad llegué a la comprensión de que interactuaba con ellos por la inherente adaptación al medio.
Haciendo una diferencia abismal entre perros y gatos, describiré las distintas emociones de ambivalencia que se generan dentro de mi ser en opuestas instancias de ambas presencias.
Los perros, sacan de mí, el instinto asesino que oscila entre el aniquilamiento y la extracción de sus cuerdas vocales al oír sus estridentes ladridos infundados (perro que ladra no muerde; poeta que escribe, sus demonios aniquila y el hastío desaparece, pero la musa inspiradora los reintegrará el doble de veces); siento una extraña aversión hacia los caninos, su olor, el hostigar de su presencia, su dependencia, la precipitación que impulsa sus acciones.
Desde que tengo la capacidad de conciencia nunca he podido sentirme identificada con éstos, naturalmente no les desearía ningún mal pero podría prescindir de su existencia. Podría hablarles de latas calamidades que bordean el pensamiento y que suben en mí como la erupción de un volcán, ¡pero no! estoy deshilando un malestar, que a partir de que llegué al pueblo en donde resido se ha acrecentado.
En cambio los gatos, ¡oh, queridos felinos!, cuando reparo en ellos la erupción del volcán se simplifica a un par de cenizas. No me incomoda en absoluto la presencia de éstos, los defino como independientes, inteligentes, solitarios, enigmáticos; recorren cautelosos el caudal de la noche, ronronean acicalando la dulzura de mi alma, su "estar" es un estado de beatitud que en mi interior representa el amor y la calma.
Retomo en la diferencia entre ambas especies domésticas porque de manera simbólica son opuestos y representan el Ying y el Yang; tomaría en cuenta que lo que la mayoría aborrece por desconocimiento, yo lo terminaría condenando como algo maravilloso, seguramente, el misterio ha ido construyendo los interrogantes que han formado la base de mi mente. Interrogantes que se originan en abstracciones concretas, como lo son la noche, la muerte, el olvido, la tristeza, los recuerdos, la locura, el silencio, los felinos y la profundidad de unas pupilas contemplando la transición del universo.
Conclusión: tengo el argumento certero, de que formo parte de esa minoría activa que ha contribuido a desnivelar el equilibrio de los estereotipos que ha fomentado la civilización, comenzando por algo tan simple y sustancial como la diferencia entre perros y gatos.
Otorgo como una verdad empírica, que no siempre serán los perros los mejores amigos del hombre, todo dependerá de la capacidad cognitiva de esos hombres, y los designios de afinidad y realización que manifieste su espíritu ante las riquezas y los seres que ofrenda la naturaleza.
NOTA: es un lindo domingo para sacar a relucir nuestras miserias, ¿no os parece? |