El Ego humano occidental, con su antropomorfismo extremo, a lo largo de la historia ha sufrido golpes muy duros, definitivos reveses, pero aún respira.
Por ejemplo, ignorando al sabio griego Aristarco de Samos (III a. C.) el Ego pensaba que el centro del Universo era la Tierra y que en torno a ella giraba el sol. Copérnico se encargó, no sin pocas dificultades a poner las cosas en su lugar: el Sol al centro del sistema solar. Un duro golpe.
El segundo lo conectó un inglés, Charles Darwin, al demostrar que la humanidad no desciende de Adán y Eva y Caín y Abel, sino que, tanto las especies vegetales como las animales evolucionaron, se fueron modificando a partir de antepasados comunes.
La vida, probablemente partió de un brodo primordial, cuando las condiciones del planeta fueron aptas a recibir los aminoácidos que llegaron desde algún rincón del vasto Universo transportados por algún cometa; de modo tal que el Creacionismo se fue a freír monos a Huayaquil, para estar en tema del título.
Wittgenstein dijo que “si un león hablara, no lo comprenderíamos”. Me parece una frase inquietante.
¿Qué sucedería, en cambio, si hablara un mono? Empresa nada fácil; lo intentó Kafka en su “Informe para una Academia”, pero el problema quedó irresuelto. Digamos que el mono no habló desde su esencia “monil”.
Los monos son primates casi a nuestra imagen y semejanza, y esto es evidente. Como también son evidentes las diferencias que nos separara de nuestros primos y hermanos en la evolución.
Olvidándonos de las fábulas de Caín y Abel, la ciencia nos dice que hace unos siete millones de años, existía en África una sola especie común. Es decir, no habían monos ni hombres, para limitarnos a estas especies de animales.
Esta especie común sucesivamente se dividió en una particular e injusta Trinidad: al Occidente los protogorilas; al Centro los protochimpancés; y al Oriente los protohumanos. Ergo, todos somos simios africanos. Un durísimo golpe al Ego creacionista.
Las afinidades “electivas” del sapiens con sus primos antropomorfos más cercanos, como el chimpancé, tanto anatómica y genéticamente son tan impresionantes, de provocar entre los puristas de la “raza” y los racistas de medio pelo, un fuerte embarazo.
Revisemos someramente la situación: respecto a los huesos tenemos exactamente el mismo número del chimpancé, ergo coincidencia 100%.
Respecto al volumen del cerebro es de un 37%, aquí la evolución, simplemente, del sapiens ha sido más rápida; aunque podría suceder, en algunos millones de años más, que las cosas podrían cambiar. Incluso, desaparecida la plaga cósmica del humano, los simios podrían tener el planeta a su disposición, y con un cerebro tan o más poderoso que el nuestro.
Pasando a los cromosomas, el asunto es de mayor precisión, nosotros 46, los primos 48.
La única diferencia está en el cromosoma 2, que corresponde a una fusión en el sapiens y no a una división en el chimpancé. Pura natura, y sus bromas evolucionistas, me viene de decir.
Se descubrió que las proteínas de ambas especies coinciden en un 99,3 %, y calculando su velocidad evolutiva en base a la intensidad de las relativas reacciones químicas, Wilson y Sarich, los científicos responsables del experimento, calcularon que ambas especies se habían separado unos cuatro millones de años atrás. Los tiempos de la evolución son tiempos profundos.
En cuanto a la coincidencia del ADN es de un 98%, aproximadamente.
Entonces está claro que somos chimpancés al 98%, que la Tierra no es el centro del Universo y que no nacimos del Adán y Eva.
Por otra parte si un pez del, período Carbonífero no hubiese desarrollado patas y moverse en la tierra, dando origen a todos los vertebrados vivientes, no estaríamos hablando de monos y hombres. Aún estaríamos en el agua de los océanos, lagos y ríos. Quizás era mejor.
Para algunos es más embarazante condividir el 100% del ADN con ciertos humanos que no el 98% con el chimpancé. Así van las cosas en este mundo.
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